sábado, 29 de diciembre de 2007

UN FONDO DE SILENCIO

Quisiera en esta ocasión detenerme sólo en una frase que Moratiel dijo en un momento cualquiera y que se recoge en la Introducción del nuevo libro “La alcoba del silencio”.

pronto me di cuenta de que por más que hablara, si no había un fondo de silencio, todo era nada

¿Cuántas veces nos gustaría entrar en este mundo del silencio? ¿Cuánto desearíamos ser dóciles al silencio?... y sin embargo aunque nos predispongamos a él, nuestra mente y nuestro sentir se nos va en otras cosas, se nos va a nuestros pensamientos, a nuestras ocupaciones, a nuestros deseos, a nuestros quehaceres… a multitud de aspectos que ocupan nuestro exterior y que de una forma u otra permanecen en la quietud de nuestros ser alterando nuestro interior. Solemos definirlo o nombrarlo como “ruido”, ese ruido, esa especie de rumor interior que siempre nos distrae, que siempre nos ocupa, que no sabemos exactamente como librarnos de él, porque aunque nuestra predisposición sea darnos al silencio, entrar en el silencio, parece que algo nos aparta y nos distrae de nuestro deseo.

En alguna ocasión, esta pregunta se planteó como cuestión ¿qué hacer cuando una y otra vez aparecen imágenes, situaciones, pensamientos…? Y Moratiel simplemente decía: dejad que todo eso pase y volvamos al silencio, una y otra vez volvamos al silencio, siempre que nos demos cuenta que nuestra mente se va tras el exterior, volvamos al silencio; quizás toda la vida la ocupemos en volver, una y otra vez volviendo al silencio, pero sólo si damos lugar y espacio, el silencio se nos dará.

Moratiel solía decir también que simplemente hay que entrar en el silencio, sin ningún objetivo, sin ningún propósito, sin ninguna expectativa, simplemente hacer silencio, estar en silencio… y cuando aparecen esas intromisiones del exterior, dejémoslas pasar, no nos entretengamos en ellas, simplemente seamos observadores pero sin retenerlas.

Por eso me ha gustado resaltar esa frase, porque lo importante es estar presentes al silencio, es dedicar unos minutos al silencio, buscar el silencio… ese es el fondo que menciona en el texto. Un fondo que proviene de nuestra necesidad, de nuestra búsqueda, de nuestra presencia silenciosa. Sin más, sin ningún objetivo, sin ninguna meta, sin expectativas, sin deseos o anhelos, ser espectadores de nuestro exterior sin detenernos, siendo solamente silencio.

sábado, 22 de diciembre de 2007

REGINALDO

Quisiera expresar unas palabras desde el corazón de todos los discípulos de la Escuela del Silencio, para ello sólo he de remitirme a mi propio sentir, a mi propio corazón.

Todos y cada uno de nosotros venimos un día cualquiera a este mundo, a esta tierra y comenzamos nuestra andadura. Una andadura que desconocemos, un caminar que ignoramos, pero a eso hemos venido.

Todos los que estamos aquí presentes hemos tenido la felicidad de conocernos, de tratarnos y de alguna manera sentirnos unidos a Moratiel. Cuando Moratiel se fue, tuvimos otra gran fortuna, conocer a su familia, conocer su tierra, conocer su entorno y conocer especialmente a Reginaldo.

A ti Reginaldo:
Si miramos en el tiempo… hemos estado poco, muy poco tiempo, pero eso es lo de menos, lo importante no es el tiempo que estamos aquí, ni tampoco cuando venimos o cuando nos vamos, lo de verdad importante es encontrarnos, es saber caminar juntos, conocernos, compartir, sentirnos cercanos y sentirnos bien. Y de ti hemos tenido todo esto y más, nos has dado tu acogida, tu entusiasmo, tu afecto y sobretodo te has dado a ti. Siempre nos has recibido y nos has acogido como otra gran familia esparcida por el mundo.

Nos sentimos felices de haber caminado un trecho contigo.

Nos quedamos con tu sonrisa, con tu rostro agradecido, con tu entrega, tu escucha y tus palabras calladas.

Volveremos a encontrarnos en el Silencio.


M. Àngels
ESCUELA DEL SILENCIO

jueves, 13 de diciembre de 2007

... HA VUELTO PARA ACOMPAÑARNOS...

« El Señor es mi pastor, nada me falta... Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo... » (Sal 22,1-4). El verdadero pastor es Aquel que conoce también el camino que pasa por el valle de la muerte; Aquel que incluso por el camino de la última soledad, en el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiándome para atravesarlo: Él mismo ha recorrido este camino, ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido, y ha vuelto para acompañarnos ahora y darnos la certeza de que, con Él, se encuentra siempre un paso abierto.
Benedicto XVI – enc. Spes Salvi – 6

Este breve texto de la última encíclica del Papa Benedicto XVI, creo que nos remite también al silencio, al encuentro con Aquel que conoce también el camino que pasa por el valle de la muerte, porque muerte no es tan sólo cuando partimos de este mundo, no es solamente dejar este cuerpo, no es sólo dejar este mundo; morimos también a cada instante, a cada ahora y renacemos en el momento siguiente, en el ahora siguiente y en este continuo nacer, morir y renacer caminamos con Él, aquel al que podemos hallar en nuestro silencio, aquel que podemos encontrar en esas horas de quietud, de sosiego, de serenidad y de paz con nosotros mismos. Porque el silencio es el encuentro personal, el encuentro íntimo, el encuentro con nuestro interior, con nuestra verdad más verdadera.

En el silencio, Él se nos hace presente cuando somos capaces de escuchar, cuando somos capaces de prestarle atención, cuando oímos lo que Él nos quiere decir, y aunque el camino nos distraiga, aunque la soledad nos invada va conmigo guiándome.

Moratiel nos acercó este mismo mensaje que ahora mencionan las palabras de esta Encíclica. El silencio es caminar por esta senda de encuentro, es andar por los caminos del hallazgo y de la verdad, el silencio es una andadura hacia un horizonte, hacia un lugar donde somos aceptados, donde somos queridos y donde somos siempre esperados y en este caminar: ha vuelto para acompañarnos.

sábado, 8 de diciembre de 2007

"EL DESCANSO DEL GUERRERO"

Hay momentos en que nos hallamos en una especie de batalla campal con nosotros mismos. Puede ser con los de casa, quizás con el trabajo, diferencias de amistad o cualquier otro motivo que nos hace pasar un tiempo de alteraciones, de luchas y discusiones internas que nos arrastran hacia un malestar e incluso hacia un desapego por todo. A veces ni tan siquiera hay altercado, ni diferencias, ni motivos aparentes para sentirnos apáticos, grises o desilusionados de nuestro propio hacer y sentir, pero las cosas no son como quisiéramos y nos agobian, nos desagradan… hay situaciones que nos provocan esos estados de tristeza, de fastidio, de irritación…y quisiéramos pasar de todo y de todos. Nada nos motiva, nada nos ilusiona, nada nos provoca placer, ni nada nos da alegría.

Estos estados o etapas, los vivimos todos. Todos pasamos por períodos en que lo único que deseamos es que nos dejen mínimamente en paz y cuanto más nos olviden mucho mejor. Es humana esa sensación y es humano sentirse así.

Ahora bien, lo que realmente es importante, no es el suceso en sí, no son las penalidades que podamos vivir, no es el malestar que podamos experimentar… lo más importante es nuestra respuesta, nuestra disposición, nuestra réplica, nuestro desplante al retomar las riendas de nuestra vida. Cuesta enormemente cambiar el curso de los acontecimientos, es un quehacer que requiere de nuestra voluntad y de nuestra decisión. Hundirse en el victimismo, recrearse en el pobrecito de mí, no sirve de nada, excepto para aumentar la pesadez de la situación. Cuando nos levantamos del suelo, cuando hincamos los codos, cuando estrujamos nuestras penas… las fuerzas y el coraje, poco a poco y lentamente sentimos como el aire de la vida nos acaricia nuevamente el rostro, empezamos a decir adiós a lo que ya quedó en el pasado y aunque nos duela el cuerpo por el batacazo recibido… no importa, acude a nosotros ese querer ser nuevamente dueños de nuestra existencia, hay en nosotros la fuerza suficiente para seguir nuestra senda y para recibir todo aquello que la vida nos tiene reservado. Quizá caigamos de nuevo, pero de nuevo podemos levantarnos, quizás nos golpeemos de nuevo, pero nuestro cuerpo lo curará, quizás la pena o el dolor nos supere, pero no debemos cejar, esa es la batalla que hay que conquistar y tenemos los medios, tenemos a nuestro alcance las armas necesarias para conseguirlo. De nosotros depende el ímpetu, el deseo, el empuje, la voluntad de levantarse y seguir. Siempre seguir.

En el momento, en que ya hemos dado nuestros primeros pasos, algo nos acoge, una dulce sensación nos envuelve, una tímida alegría nos nace… es esa aureola que envuelve a “el descanso del guerrero” cuando la osadía de las hostilidades van perdiendo su bravura, cuando de nuevo resurge el sol, cuando el color empieza a aparecer, cuando la luz de nuevo nos ofrece sus destellos y la alegría nos anima a caminar, renovados y crecidos, porque liberamos una batalla, un altercado sin sangre, sin pérdidas materiales pero en muchas ocasiones dura y cruel.

La vida, nuestra vida merece nuestro esfuerzo, nuestro empeño y nuestro deseo de que en ella haya espacio suficiente para que de nuevo surja la alegría de compartir, la alegría de convivir, la alegría de conocer y la alegría de vivir. Sin ninguna duda esa sensación de reencontrarnos, esos momentos del “paso” bien andado, se asemeja al ahora del “descanso del guerrero”.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

CIERRO LOS OJOS... Y...

Cierro los ojos... y el mundo puede ser distinto, mi mundo puede ser diferente, mi entorno puede cambiar... aunque sólo sea por un instante.

Cerrar los ojos puede indicar o sugerir muchas cosas, pero lo primero y más fácil de imaginar es sencillamente la presencia de un agradable y acogedor estado de somnolencia, que rápidamente nos remite al sueño. Podemos cerrar los ojos por muchas otras razones, pero mi propósito es acercarme a ese cerrar los ojos cuando simplemente nos recogemos en nuestras cosas, en nuestros pensamientos, cuando nos adentramos en nuestra intimidad.

Cerrar los ojos es un signo, posiblemente inconsciente pero, muy significativo en esta situación de recogimiento. Es una “apartarse” visualmente de todo aquello que nos rodea, alejarnos de lo que nuestros ojos contemplan en el exterior para adentrarnos a nuestro sentir. Si no existe un motivo muy especial, muy acusado, nos dejamos llevar por el momento en sí, que nos traslada libremente a nuestros pensamientos o a lo que en ese momento surja de ellos. Si en cambio, tenemos algo que nos emociona o nos inquieta, fácilmente el instante nos traslada al objetivo de nuestro sentimiento. Se nos aparecen las cosas, las situaciones o los sucesos tal y como nosotros deseamos que ocurran, o quizás sirven, esos momentos, para que la realidad de las cosas se nos aclaren, se nos hagan entendibles, quizás divaguemos y de repente nos surja el camino a tomar… pero en cualquier caso, el mundo suele ser distinto, las cosas pueden ser de otra forma, casi se puede afirmar que son diferentes. Somos... como espectadores de lo que nos invade, el mundo es otro, somos creadores de ese sentir que nos invade y que en cierta manera, tiende a favorecer y facilitar ese otro cosmos en el que estamos inmersos, inundándonos de un placentero espacio.

En otras ocasiones, aquello que estamos evitando en nuestra realidad exterior, al cerrar los ojos, se nos hace presente de una manera cruda, e incluso cruel y sentimos encoger nuestro corazón de tal forma que nos invade la tristeza. Creo que es bueno a veces, dejarnos llevar también por esa sensación y ese estado quizás nostálgico, quizás melancólico e incluso depresivo, porque si somos conscientes de nuestros deseos insatisfechos, de nuestras precariedades, el hecho de que se nos hagan presentes nos liberan de la angustia existente en nosotros mismos.

Cerrar los ojos, adentrarnos en la intimidad de nuestro ser, sea para liberarnos de nuestra insatisfacción o desdicha, sea para alimentar nuestra fantasía, nuestros deseos o nuestras ilusiones, son momentos que todos tenemos, son momentos de encuentro, son momentos presentes en los que creo que el ser humano vive también parte de su existencia, de otra forma, de otro modo, pero lo vive en la confianza de expresarse a si mismo, de encontrarse a si mismo y de ayudarse a si mismo. El encuentro con uno mismo nunca traiciona, nunca delata, nunca acusa realmente. No siempre es la mejor solución, pero indiscutiblemente es un recurso siempre disponible.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

CRECER, AVANZAR, CAMINAR

La oración silenciosa se lleva por delante realidades amadas, conveniencias, costumbres, que son como caparazones que amenazan con ahogar y asfixiar y paralizar el corazón. (...) Ofrecerse hasta echarse de menos uno mismo.(Pascua 97)

Crecer, avanzar, caminar... siempre es un esfuerzo, siempre es una actividad ardua, difícil y costosa que requiere de nuestra atención, de nuestra voluntad, de nuestra sed de crecimiento, de nuestra necesidad de responder al grito inesperado del corazón.

No sabemos exactamente el por qué pero nuestro acercamiento al silencio, a la interiorización viene de una necesidad que nadie nos explicita, un buscar sosiego a la inquietud interior, un peregrinar hacia no sabemos dónde, porque en ocasiones, sin motivos aparentes, nos sentimos empujados, llamados, atraídos hacia una cierta quietud como si algo nos reclamara. Buscamos acallar ese ruido que nace de dentro, del interior.

En estas palabras Moratiel nos recuerda que el silencio nos aligera de realidades exteriores a las cuales estamos tan atados, tan enlazados, tan apegados y quizás por estar tan apegados, tan sumergidos y aprisionados por esa exterioridad, sentimos como una amenaza, nos sentimos como aprisionados en nosotros mismos.

La sed que experimentamos, la necesidad de desahogo que surge desde dentro, es la necesidad de atención, es como una petición de auxilio que nos pide el corazón para que le atendamos. Hay que liberarlo de costumbres, de tradiciones, de cotidianidades, de quehaceres, de tanta actividad que acumulamos en el frenesí diario. Hay que llevar a cabo una limpieza, deshacernos de vacuidades, de ropajes y máscaras, regresar a la desnudez, a la simplicidad, a la belleza del despojo, para renovarnos y llenarnos de la misma vida, pero sin ataduras, sin apegos, siendo vida y una vida libre.

jueves, 22 de noviembre de 2007

ENSIMISMARSE CON LA VIDA

Cuando somos capaces de calmar nuestra vida, cuando nuestros quehaceres, nuestras actividades y nuestros deseos los dejamos aparcados, cuando damos calma a nuestras acciones, a nuestros dinamismos, cuando damos espacio a la vida, a la contemplación… nos ofrecemos la oportunidad de un encuentro.

En esos espacios de calma exterior, de apaciguamiento de actividades, podemos adentrarnos hacia nuestro interior donde nuestra alma puede hallar el medio para encaminarse hacia si misma. Puede ser el instante para retomar el encuentro con el Dios de la vida, con la divinidad, con la trascendencia, con lo oculto, con lo callado o silencioso que hay en nosotros. Un encuentro que puede manifestarse en la soledad, en un cruce de pensamientos, en un sentimiento, en un rayo de sol, en una silenciosa llovizna, en un oscurecer… cualquier lugar y momento puede adentrarnos hacia nuestro sentir, hacia nuestro vivir, hacia la compañía de lo inefable; en cualquier instante o circunstancia puede surgir un encuentro que nos llene y nos inunde de lo indecible, de lo inexpresable que nos habita.

Quién ha experimentado uno de esos breves espacios, quien ha vivido uno de esos momentos, sabe que la felicidad es intensa e inmensa. En esos instantes la vida nos ensimisma por si misma, nos llena con su sola presencia, nos alegra ante cualquier expresión, manifestación o revelación que nos ofrezca, nos regale o no dé. Es bello el sol que nos alumbra, la palabra que recordamos, la voz que escuchamos un día cualquiera y es bella la simple sensación de vivir la vida.

Moratiel nos habla de “ensimismarnos con la vida” pero para ensimismarnos con la vida debemos aprender, entender y acoger la vida a través de si misma, tal y como ella es, no a través de nosotros mismos o como nosotros queremos que sea, sino como ella es.

sábado, 10 de noviembre de 2007

CAMINEMOS CON LIBERTAD

"A VECES AÑORAS LA LIBERTAD, PERO NO QUIERES SOLTAR LAS COSAS PASAJERAS". (La Posada del Silencio, pág. 78)

¡Cuánta certeza en estas palabras!

El estar agobiados, el estar estresados e incluso al estar malhumorados reconocemos que nuestras ataduras o nuestras obligaciones, muchas de ellas las hemos adquirido voluntariamente, las realizamos en ocasiones para revalorizar nuestro ego.

Quién de nosotros no ha dicho en algún momento:

Si no estuviera yo detrás de…
Si no vigilara este asunto o a esta persona… quien sabe lo que hubiera pasado.
Si yo no atendiera… tal cosa u otra.
Si no fuera por mí… vete tú a saber.

Cosas que creemos que sin nuestra presencia o nuestra atención no estarían donde están o no serían como son. Y en ocasiones es cierto, gracias a la figura materna o paterna pues aquel hijo encamina bien sus pasos, gracias a nuestro apoyo una persona encuentra la forma de resolver tal problema o tal otro… y está bien que actuemos así, lo malo es cuando nos tenemos por imprescindibles y creemos que sin nosotros aquello se hundirá o desaparecerá, y es posible, pero nuestra vida, nuestro ser, no es para atarse a un hecho, a una causa o a un propósito, nuestra vida es para vivirla, para compartir, para darla, para expresarla, sin apegos, sin ataduras ni dependencias. Nuestra vida es para vivirla en libertad.

Moratiel no se preocupó de si la escuela tendría o no continuidad, Moratiel no buscó un persona que le sucediera, Moratiel se dedicó a enseñarnos a vivir libremente, sin lazos opresivos, sin redes complicadas, no nos dio fórmulas mágicas o enunciados infalibles, sino los medios que nos capacitaran a ir soltando lo pasajero, nos hacía comprender la libertad de la que dispone el ser humano, y que es la misma vida quien ordena sus cosas, sus quehaceres y nos ordena a nosotros. Dejemos pues actuar a la vida y caminemos por ella en la libertad que nos ha sido dada.

lunes, 5 de noviembre de 2007

NO TE VAYAS

“NO TE VAYAS DE AQUÍ, NO TE VAYAS DE LA VIDA, NO HUYAS DEL AMOR”
(La Posada del Silencio, pág. 44)


¡Qué hermosas y bellas palabras, nos dice aquí Moratiel!

En general todas sus palabras son como destellos de luz que alumbran nuestro ánimo y nuestro caminar cuando éste se encuentra apagado, cuando nos sentimos como aletargados y ausentes del presente que nos acoge.

Escuchar que alguien te dice “no te vayas”, es como una hermosa melodía que te envuelve y te ampara, te ofrece su presencia y expresa lo importante que eres para aquel que te lo está pidiendo. Moratiel nos lo transmite como una petición desde la misma vida, desde el mismo sentir, es el eco de ese Dios de la vida que siempre nos asiste.

El hombre no siempre es consciente de esa necesidad que la vida tiene de él, nosotros necesitamos que sea otra voz, otro sentir, otro ser como nosotros, necesitamos y queremos que esa petición venga en su manifestación humana, un igual a nosotros. No sabemos vivir arropados por la única presencia de la vida, queremos y necesitamos apoyarnos unos en los otros y cuando esta relación de cercanía, de complicidad, de unión no está presente, nos sentimos solos, alejados, como exiliados de la vida.

Moratiel que conocía bien ese sentir de la soledad, del aislamiento del alma, nos da un camino, nos da una andadura, la del Silencio. No es una senda donde debamos permanecer callados, silenciosos como comúnmente podemos entender, sino un camino donde nuestras ansias, nuestros deseos o quizás él nos diría, nuestro ego, que quiere dominar y ser dueño de la situación, quedan como apartados. El Silencio es para no dar tanta importancia a nuestros objetivos, a nuestros deseos y contemplar la vida desde la misma vida, vivir la vida recibiendo lo que ella nos da. Por eso “no te vayas de la vida, no te vayas de aquí” porque si nos vamos, la vida no tiene con quien compartir todos sus grandes tesoros, todos sus bellos momentos.

Así pues, “no huyas del amor” porque la vida que nos ha sido dada es para compartir y para recibir todo aquello que para nosotros tiene reservado la misma vida, la vivencia del eterno presente, la presencia y el disfrute de todos nuestros ahoras.

viernes, 2 de noviembre de 2007

"... POR NADA"

Dar por nada. Vivir por nada. Amar por nada
J.F. MORATIEL

Quisiera escribir una reflexión sobre estas palabras que Moratiel expresó varias veces y en distintas ocasiones. Son manifestaciones que quedaron grabadas en mi mente por el gran contenido que siempre me transmitieron y por la dificultad en ser vividas dentro de mi vivir cotidiano. Me tomo la libertad de reflexionar “en voz alta”, porque desde que se las escuché la primera vez, siempre me sorprendieron y me parecieron bastante utópicas. Con el paso del tiempo su mensaje se me ha cómo desmenuzado en mi comprensión y aunque siguen pareciéndome bastante irrealizables, por lo que a mí respecta, las recibo como más cercanas.

El concepto de “… por nada” es muy hermoso y a la vez muy altruista. Sé que hay personas que hacen cosas por nada, por el simple hecho de hacerlas o porque así las sienten, y a la vez quizá lo hagan durante largos períodos de tiempo. Pero creo que en el fondo siempre esperamos recibir algo, aunque sea una muestra de agradecimiento o desde nuestro ego, un resaltar nuestra acción realizada. Moratiel termina cada concepto “… por nada” pero para mí no se vive de la misma forma, ni se espera lo mismo, ni se siente de igual manera el dar, el vivir o el amar.

El DAR quizás sea algo más cercano o factible, damos limosna, damos una sonrisa, damos compañía, damos un tiempo, damos… donde el dar es un acto que suele ser temporal, porque se da algo que de una forma u otra se posee. No entro en los actos heroicos y extremos, porque mi objetivo en esta reflexión es hacerlo desde lo cotidiano, una reflexión desde nuestro vivir diario. Bien es cierto que el “dar por nada” si se hace de corazón, los que lo han experimentado dicen que reciben más de lo que han dado.

El VIVIR tiene otros conceptos variados. Vivimos porque estamos en este mundo y no podemos hacer otra cosa con esta existencia que nos ha sido dada que vivirla. Metidos en esta vida nos habitan unos deseos, unas metas, unos horizontes, unas ansias… y vivimos esperando realizarlas. Vivimos deseando mejorar, tener buena salud y sentir el calor de nuestro entorno. Vivimos, y en ese vivir, caminamos hacia una meta o una dirección y lo hacemos por algo, porque así lo impone la propia vida o porque así lo esperamos o deseamos nosotros, pero creo que siempre vivimos por algo o esperando algo en relación a lo exterior de cada uno.

Cuando llegamos al concepto de AMAR, a mi particularmente me parece un sueño casi inalcanzable el “Amar por nada". Cuando amamos deseamos relacionarnos con la persona amada, ya sea nuestra pareja, nuestros hijos, nuestros padres, amigos o demás familiares y conocidos. Cada uno en su grado de afecto, pero deseamos relacionarnos con aquella persona por la que nuestro corazón tiene un sentimiento, una pasión o una afecto, a unos más que a otros, pero ese sentir hace que deseemos compartir, convivir y relacionarnos con esos seres que amamos. Amar por nada, porque sí, sin más, es lo que a mi me parece demasiado difícil, quizás yo lo observe desde una perspectiva errónea, pero amar significa querer, desear, compartir… es decir, dar y vivir lo que sentimos relacionándonos con lo amado e indiscutiblemente esperamos recibir algo de aquel o aquellos a los que amamos, no material, externo, sino tiempo, momentos, espacio, lugar… y cuando eso no se recibe, sencillamente lo pasamos mal.

Dar, vivir o amar por nada, es para mí como inalcanzable, porque esa forma de ser “por nada” lleva consigo una gran llenura de interioridad. Personas que se sienten y viven acompañados por esa luz interior, por un sentirse habitado y acompañados por la propia vida, como integrantes de ese todo que es el cosmos, que es la vida y manteniendo al mismo tiempo su singularidad, su ser único, es decir, para mí: Moratiel. Y al decir Moratiel (a los que le conocimos) no quiero significar que él no “necesitara” de los otros, que Moratiel no quisiera vivir y compartir con el mundo, sino que Moratiel sabía compartir sus momentos, ofrecer su escucha, dar su tiempo, su espacio, sus instantes y quizás sus pensamientos, pero sin esperar nada, sin desear nada, sin tener en cuenta nada, simplemente vivía el ahora, el instante presente, sin metas, objetivos o proyectos. Sabía vivir la vida que le era dada en ese ahora… por nada.

martes, 30 de octubre de 2007

EL CAMINAR DEL TIEMPO

El paso de los días siempre nos traen novedades o cambios, generalmente los notamos porque tienden a la situación opuesta a la que estamos viviendo. Después de la tormenta viene la calma, después del invierno la primavera, después de la noche nace el amanecer…

No hay pasar de días en los que el caminar del tiempo no deje su huella, felizmente es bueno que así sea y en todos los sentidos. Si nuestra vida abrazara siempre la felicidad o siempre la desgracia sería realmente insoportable. Una eterna felicidad nos daría la monotonía de no saber apreciar la dicha de nuestro transitar por esos mundos de Dios y una constante desgracia nos hundiría en el más profundo de los abismos ante el riesgo de abortarlos nosotros mismos.

El tiempo pasa y lo hermoso de ese pasar es sentir que uno está vivo, que se está en este mundo para lo bello y también para lo que no es tan bello. El contraste de los días hace que nuestra vida tenga sentido y que nuestra existencia tenga un por qué. Nuestra andadura se va andando a través de nuestros pasos y de muchos de ellos guardamos algunos retazos, algunos momentos que quizás sin saber por qué se convierten en eternos. Son esas vivencias intemporales, instantes que ya carecen de lugar y de tiempo, pero que forman parte de nosotros como si fueran materia inherente a nuestra corporalidad. No siempre son los momentos más felices o los más dulces, pero un momento dado o un suceso determinado puede quedar como grabado a fuego en nuestra memoria, pertenece a nuestra eternidad, es un instante de vida que habita en nosotros en un eterno presente.

Y la vida sigue. El encanto de la vida, de esta vida nuestra, la de cada uno, aquello por lo que merece ser vivida no es el resultado al final del recorrido, sino el vivir los momentos con intensidad, sean los que sean y darse cuenta que el pasado es algo que no podemos cambiar, hay lo que hay y nosotros somos lo que somos, pero a partir de este ahora tenemos en nuestras manos todo el resto de nuestra vida.

sábado, 27 de octubre de 2007

SEGUIR... SEGUIR

UNA HUMILDE LUZ PUEDE ROMPER LAS TINIEBLAS MÁS ESPESAS.
J.F.MORATIEL

Hay días, hay épocas o momentos en los que las tinieblas cubren nuestra vida, no sabemos el por qué, pero la oscuridad se instala en nuestros instantes y aunque nos esforcemos en caminar con la mirada puesta en el horizonte no sabemos encontrar, entre sombras, esa débil línea, ese camino, que es el nuestro. No sabemos donde pisar. La oscuridad cubre nuestros pasos.

Pero saber caminar en la oscuridad tiene su mérito, tiene su valor y su valía, porque nos muestra cómo somos capaces de seguir; seguir solamente guiados por una armonía, una armonía la nuestra, que quizás ahora se nos antoje desarmonizada. ¡Qué incoherencia, pero qué realidad!

Cuando sentimos y vivimos el sonreír de la vida, no solemos darnos cuenta de ello. Somos felices, nos sentimos bien y muy ocasionalmente reparamos en la belleza y la alegría que la vida nos da. Sin embargo, cuando lo grisáceo o la negrura del invierno nos habita o nos visita, es entonces cuando nos lamentamos de la situación. Saber valorar las distintas estaciones de nuestra vida, saber aceptar y vivirlas es lo que va a armonizar nuestra andadura. Saber ver, entender y acoger el oleaje de nuestros días, es lo que nos facilita el que nuestros pasos… quizás temblorosos, quizás inseguros, sigan caminando en busca de ese horizonte que está ahí, delante de nuestra mirada, delante de nuestros ojos y que ahora no sabemos distinguir.

A veces la luz, esa humilde luz de la que nos habla Moratiel, no es más que seguir, seguir… seguir aunque la oscuridad, la tiniebla y el invierno nos rodeen… porque la luz, la auténtica luz que nos ilumina, no está fuera, está dentro.

jueves, 25 de octubre de 2007

VIVIMOS APRISA

Nuestro ser verdadero está más allá de todas las funciones.
Nuestro ser verdadero está más allá de todas las imágenes.
(J.F.MORATIEL)


Vivimos aprisa la vida. Andamos ansiados, estragados, porque nos lanzamos al hacer, al tener, al poseer, al aparentar, a la moda, a la adquisición que nos ofrece la sociedad de consumo y cruzamos la vida sin vivirla, sin gozarla, sin sentirla, ni experimentarla en su sentido más originario, cuando nos dirigimos y nos administramos nosotros nuestros días.

La vida nos ofrece constantemente su atención, sus dones, sus dádivas, sus regalos... toda ella se nos ofrece en la más pura esencia, pero nosotros andamos ocupados en las funciones diarias, en la presencia e imagen que ofrecemos al exterior, y de vez en cuando, la vida nos sacude dándonos la oportunidad de vivir y ver las cosas que realmente son esencia de la vida. Nos ofrece la ocasión de ladear el exterior y acercarnos a la verdad que nos habita.

Lo cierto es que cuando experimentamos esa cercanía, ese posible y a la vez desconocido encuentro, nos surgen raras elucubraciones, nos provoca espacios de “soledad”, cambios en nuestra rutina, enfoques distintos, unas sensaciones que nos pueden provocar indudables reflexiones que no nos apetecen demasiado, por no decir que no nos interesan nada, ya que todo encuentro implica la alteración de las costumbres, de lo adquirido, de lo cómodo, de lo conocido.

El Dios de la vida, la trascendencia, aquello que no sabemos decir, explicar, ni entender, está ahí, pero no tenemos tiempo, es algo que dejamos para otros momentos más apacibles, con menos trasiego y por supuesto para épocas en que no tengamos nada mejor que hacer.

La vida nos rodea, nos envuelve, nos cuida y nos quiere, el alma que habita en cada uno de nosotros es paciente e incansable, nos ofrece constantemente la posibilidad de adentrarnos, de buscar nuestro bien y nuestra verdad, una y otra vez, porque la vida de este cosmos no tiene ninguna prisa, tiene toda nuestra eternidad para hacérsenos presente.

Moratiel es como un eco de esa voz vital, de esa voz cósmica, de esa vida etérea, sus palabras sencillas, cercanas, modestas, nos van acercando a esa andadura hacia el camino interior, hacia ese encuentro del espíritu de la vida con el alma, nuestro ser más escondido, nuestro ser verdadero, lugar donde se aloja nuestro hondo sentir, donde nada nos puede fallar, donde nada nos puede engañar, donde siempre vamos a hallar, donde siempre nos podemos encontrar.

El tiempo no existe en este camino, las palabras no son sonoras al oído sino al corazón, las respuestas que entreveamos no siempre son nuestras respuestas, ni pueden responder a nuestros deseos, pero si realmente algo se nos hace presente y ese algo sale y nace del corazón... ese es el bien y la verdad de nuestro camino.

domingo, 21 de octubre de 2007

EL HUMANISMO DE LOS FUERTES

Si hablamos del estado de ánimo de los seres humanos, existen a grandes rasgos, como dos grandes grupos de personas.

Unas son aquellas que cuando les sucede algún altercado o sufren algún pesimismo o alguna contrariedad, se sumergen en un estado de preocupación y de tristeza, siendo los más allegados los que les presten más atención y más cuidados a causa de su pesimismo, de su tendencia a los estados depresivos. Necesitan como una manifestación más acusada de cariño y afecto de sus seres queridos, de su entorno. A pesar de ello suelen mostrar y manifestar ese aire de melancolía o de pesimismo.

Hay otro grupo de personas cuya apariencia exterior es la de poseer un carácter fuerte, capaz de resistir los avatares de la vida, sean cuales sean. Su ánimo les mantiene firmes ante las adversidades, aunque ello no signifique que no lo sientan y lo sufran. Estas personas son vistas por los demás como si fueran rocas, como si los sucesos no les afectaran con igual intensidad que aquellos que lo expresan y lo manifiestan.

Quisiera levantar mi voz a favor de ese segundo grupo que aparentemente resisten todo lo que la vida les hace vivir. Los llamados fuertes son personas cuyo dolor también arrasa lo más hondo del ser, a veces es tanto el dolor que no lo expresan porque por mucho que se diga, por mucho que se hable, nadie es capaz de compartirlo; pueden más o menos entenderlo, se puede más o menos comprender, pero por mucho que se hable de ello nunca nadie puede vivir lo que uno está viviendo. Los llamados fuertes también son humanos y a pesar de que no puedan, no sepan o no sientan el expresarlo, muchas veces el dolor y el sufrimiento es extremo, y en la soledad de sus vidas sienten romper el alma y desgarrar las entrañas ante esa quebradura de su interior, pero son considerados fuertes porque tienen la voluntad de caminar sabiendo que la vida no siempre será como este momento, su fortaleza descansa en confiar que la vida puede cambiar y mostrar su cara amable y feliz.

A veces creo que la vida es mucho más dura con los que denominamos fuertes por esa capacidad de aguante, de aceptación o de voluntad, y lo ingrato de todo ello, es oír y sentir de los demás, que ese sufrimiento no es tan grave o no es tan extremo porque no se manifiesta. Valoramos siempre en función de la exterioridad, de lo que percibimos, de lo que vemos, de lo que deducimos o imaginamos sin tener en cuenta y sin saber lo que de verdad habita dentro de cada corazón.

Habría que recordar que por muy fuerte que uno sea también se es humano y en ocasiones la fortaleza llega al extremo de ser tan frágil como un simple papel de fumar, pero sin saber cómo se agarran a la espera, a la confianza de cambio. Quizás no es que se sea más fuerte, sino simplemente se es algo más paciente en el día a día.

lunes, 15 de octubre de 2007

SOBRE LA PACIENCIA

Una de las mejores virtudes de la vida y del Silencio es sin duda la PACIENCIA.

Nuestros pasos en la vida, en nuestros quehaceres, en todos los aspectos de nuestros días requieren su tiempo, su ocasión, su momento. Nosotros, a veces, nos impacientamos por llegar a un lugar, nos impacientamos para conseguir un propósito, para ordenar nuestras prioridades, para completar nuestras actividades…

Cuando entramos en el camino del Silencio, nos ocurre lo mismo, tenemos una cierta prisa en encontrar la postura adecuada, en conseguir una perfecta concentración, en creer que entramos en un espacio donde sólo hay que atender unas pautas previas y ¡zas! estamos de lleno en pleno camino de superación. Pues, no ¡nada de eso! la andadura en el silencio es un lento caminar, es una cuesta ardua, difícil y costosa, que necesita de cierta dedicación y de mucha paciencia.

Moratiel nos recordaba a menudo que, el camino del Silencio, es una tarea que nos puede llevar toda la vida, y en ocasiones, hasta mucho tiempo después de habernos iniciado, aún no hallamos la forma de vivirlo y sentirlo con cierta familiaridad, con cierta seguridad. La vida, por el camino del silencio, es una forma de vivir la vida que requiere constancia, voluntad, asiduidad y aceptación.

Todo en la vida requiere su tiempo y es casi innato en el hombre de hoy la impaciencia, todo lo queremos de inmediato, lo deseamos ahora, ya, en este momento, y sin embargo las cosas, los procesos, las situaciones requieren su tiempo, su espacio y su lugar. También nosotros necesitamos tiempo y espacio para asumir los hechos y las vivencias de nuestra vida, también nosotros necesitamos de la paciencia, tanto nuestra como ajena, para aceptar cambios, para tomar decisiones, para… caminar los pequeños trechos de cada día.

La paciencia suele hacer del hombre un ser tranquilo, atento, observador y sabio, porque en esa espera sabe vivir la vida de los instantes.

sábado, 6 de octubre de 2007

EL EGOÍSMO, UN VALOR POSITIVO

Una palabra puede contener en sí expresiones distintas según la carga semántica que atribuyamos a dicha palabra en una definición, mensaje, situación, expresión o contexto.

El término EGOÍSMO, de entrada, es una palabra que nos indica una característica negativa en el ser humano. El egoísta es aquel que desea conseguir, atraer, poseer o tener algo o alguien hacia sí. Llamamos egoísta al que no comparte, al que no tiene en cuenta los efectos de sus actos sobre los demás o sobre el entorno, al que no atiende más que a su propia necesidad material o externa, a su individualismo.

Cuando hablamos de una andadura en el silencio, de meditación o sencillamente de hallarnos y ser nosotros mismos, el ser egoísta es una necesidad y un derecho que debemos valorar positivamente. Debemos conseguir momentos de encuentro, de interiorización, de descubrimiento propio. Ceder estos instantes ante las actividades externas o los compromisos ajenos nos disuelve, nos pierde en el quehacer cotidiano, nos evapora en esas “obligaciones” indispensables que desaparecen al momento siguiente de haberlas realizado.

Si no somos egoístas en nuestro propio hallazgo, nada de lo que ofrezcamos y demos, hallará eco en nuestros semejantes, en nuestro entorno. Para poder dar debemos primero tener, para poder ofrecer debemos conseguir, para poder amar primero debemos escuchar nuestro latir, para poder convivir primero hemos de hallar nuestra propia vida.

lunes, 1 de octubre de 2007

SOBRE LA SOLEDAD

Me gustaría expresar brevemente lo que me ha sugerido esta frase, que una querida discípula y amiga, me ha resaltado de los escritos de Moratiel.

“PARA IR HACIA EL MUNDO INTERIOR, PARA IR HACIA NUESTRA PROPIA VERDAD HAY UNA CIERTA SOLEDAD”

Es cierto que la soledad nos empuja hacia nuestro interior. Es cierto también que la soledad nos hace descubrir saberes ocultos, sentires que quizás no sabíamos que estaban en nosotros e incluso realidades que nos perturban y hasta nos puede asustar el admitirlas, es también verdad que en la soledad, en nuestra soledad, es donde podemos hallar alguna respuesta a la incertidumbre o a la inestabilidad que a veces anímicamente experimentamos.

La soledad buscada suele ser hermosa, agradable el vivirla, novedosa cuando nos dejamos llevar por ella. Pero en el sentir humano, la soledad siempre tiene dos caras, como quizás todos los sentires y la mayoría de las vivencias. Cuando uno se busca a si mismo, cuando uno busca la verdad de dentro, la que nos habita, es evidente que necesitamos esos instantes solitarios que favorecen nuestra incursión hacia el interior. Pero existe la otra cara de la soledad, es esa soledad que te toma por sorpresa, esa soledad que te hace caer en la cuenta que lo de alrededor, lo que nos rodea, ya no nos llena, y en nuestro interior tampoco sentimos paz, ni sosiego. Esa soledad es como un cortocircuito y repentinamente nos quedamos en una confusa penumbra, en una soledad sombría que hace oscurecer los instantes de nuestra vida, una vida que se nos antoja como una losa difícil de llevar.

La vida nos ha sido donada para caminar por ella y aprender, con y a través de ella. Nuestra andadura no la marcamos por entero nosotros, podemos elegir, tenemos libertad para escoger, pero hay como unas líneas invisibles que debemos seguir, no todo está en nuestras manos, ni es un completo albedrío.

Moratiel solía decir con cierta frecuencia en el tiempo, que la casualidad no existe. Entonces si la casualidad no existe, es posible que esa soledad venga también indicada por la propia vida, la de cada uno y en nuestras manos esté el aceptarla de un modo u otro. Hay un interior que nos reclama, hay una verdad que nos habita, pero hay al mismo tiempo un exterior que nos obnubila y nos distrae, quizás esa casualidad que no existe, es la forma que la vida tiene para encaminar de nuevo nuestra vida, es el medio, la forma, que nos reconduce al camino, a la andadura que para nosotros está reservada. Así surge esa soledad inesperada que nos sesga las ataduras, los apegos, nuestras dependencias, y tiende a librarnos de ese exterior que nos ata, nos limita y condiciona nuestra individual andadura.

sábado, 29 de septiembre de 2007

ESTRENAR LA VIDA

Cuando se nos habla en términos vitales y espirituales, prácticamente todos inciden en la importancia de descubrirnos a nosotros mismos, de establecer esa unión entre nuestro interior y nuestro exterior, en que conocernos a nosotros mismos es vivir los momentos siempre nuevos, siempre únicos y siempre verdaderos… por lo tanto, debe ser como estrenar continuamente la vida.

Pero se me antoja que debe quedar reservado, sólo, a almas muy elevadas, muy transparentes, muy armoniosas. Difícilmente es una experiencia, una situación al alcance de los seres de a pie.

¡Si supiéramos cómo estrenar la vida de cada momento!

Es posible que tengamos momentos especiales, esos momentos eternos y sin tiempo que permanecen imborrables a nuestra memoria, pero poder decir que vivimos la vida, nuestra vida en un continuo inaugurar, en un continuo estrenar, me parece demasiado grandioso, difícil y complicado para el vivir diario.

Pienso que quizás estrenar la vida debe ser, como decía Moratiel, estar dónde estamos, no estar pensando en lo que debo hacer después o lo que hice ayer, ni en lo que me dijeron o me dejaron de decir… sino sentirnos y estar presentes en el momento de ahora, en este instante, porque este momento, este ahora, no volverá a vivirse, no volverá a repetirse, no volverá a ser, ni a existir; podrá ser parecido, semejante, pero será otro, nunca será el mismo instante, el mismo ahora, el mismo aquí.

Estrenar la vida debe ser… vivir la vida de ahora, con sus luces y sus sombras, con sus días y sus noches, porque sólo en la diversidad de los instantes podemos vivir y estrenar continuamente, sino fuera así, si todo fuera armonía, placidez y certeza, sería una pura y auténtica linealidad, puro mecanicismo, auténtico artificio.

martes, 25 de septiembre de 2007

SOBRE LA SINCERIDAD

La sinceridad es una de las virtudes más valoradas en el ser humano. Una persona sincera es una persona de la cual nos fiamos, nos sentimos cercanos, e incluso nos sentimos seguros porque sus palabras expresan su verdad. No siempre la sinceridad es dulce, amistosa, amable… en ocasiones, su manifestación puede dolernos por la carga o crudeza que ella pueda hacernos visible. Su realidad bella y agradable, en los buenos momentos, puede convertirse en agravio, dolor y tristeza en situaciones poco favorables, por eso la sinceridad es un valor poco habitual en las personas, no por despecho, no por cobardía (que también) o por falta de valor, sino porque no queremos ser provocadores de abatimientos o desánimo, tanto en nosotros, como en vidas ajenas.

¡Pero! hay una sinceridad que nunca debemos evadir, una sinceridad primera y primordial que debe siempre presidirnos: la sinceridad con nosotros mismos.

Ser sinceros con nosotros mismos, no es tarea fácil. Intervienen muchos intereses en esa relación: los de nuestra mente, nuestras prioridades, nuestros deseos, nuestros anhelos y aspiraciones, nuestros gustos, nuestras ansias… pero en la verdad nuestra, la propia, la individual, la personal… todo, absolutamente todo, deberíamos pasarlo por el corazón y el alma, verdadero taller de claridad y transparencia. Pasarlo por el tamiz de nuestra sinceridad es reconocer y ver lo que ella nos dice. ¡Que lo llevemos a término o no, es otro cantar! Pero el sentir interior, la vida del alma nunca usará con nosotros artimañas, ni embustes, porque no hay telón que oculte nuestra verdad, en lo más íntimo de nosotros.

jueves, 20 de septiembre de 2007

EL SENTIDO DE LA VIDA

Transcurrimos por la senda de la vida sin darnos cuenta, muchas veces, del sentido que nuestra existencia tiene en el mundo.

Se han hecho familiares en el lenguaje cotidiano, un conjunto de exclamaciones como:
¿Qué hago yo en este mundo?
¡Para lo que sirvo!
¡A quién le importa lo que a mi me pase!
A nadie le interesa lo que yo piense
Para lo que le importo a…
Da lo mismo que lo haga o que no
… …

Hay momentos en que nos da la sensación que nuestra presencia y nuestro hacer, en este mundo nuestro, es totalmente inútil y no le interesa a nadie.

Y es que enfocamos nuestros momentos, nuestros pensamientos, y realizamos nuestras acciones esperando una respuesta exterior.
Vivimos pendientes de la respuesta externa.
Buscamos el beneplácito que está fuera de nosotros sin tener la seguridad, ni la certeza de obtenerla, y nuestro ánimo y nuestro sentido lo hemos hecho dependiente de esa respuesta.

La vida existe para cada uno de nosotros, porque estamos en ella, porque la vivimos por mediación de nuestro cuerpo y la sentimos en nuestro interior, en nuestra alma, en nuestro corazón. Sin esa vida nuestra, la propia, la personal, la individual de cada uno, no existiría esa referencia o relación de una hacia las otras. La vida de cada uno, es primordial, es lo único que tenemos, es lo que hemos de cuidar, mimar, aceptar, entender y atender siempre.

Hallar el sentido de nuestra vida, es encontrar la esencia, la verdad, la belleza, la sinceridad, ver lo hermoso, lo trascendente, lo limitado, las carencias y las imperfecciones que nos habitan.

Hallar el sentido de la vida es ir transformando, aceptando y asumiendo los sucesos de todos y cada uno de nuestros momentos, aquellos que vamos viviendo y aquellos que no podemos alcanzar o a los que no podemos llegar. Debemos aprender de ellos y vivirlos todos.

Cuando un ser es capaz de vivir la vida sin afán exterior, sin poder y en libertad… Cuando somos capaces de aceptar lo que se nos ofrece, lo que se nos da, lo que se nos otorga… Cuando admitimos nuestra limitación, nuestra imperfección, nuestra particularidad… vivimos una existencia de vida. La existencia adquiere sentido porque toda la plenitud, toda la expresividad y toda la vida habita, camina y se manifiesta en mí, sólo viviendo la vida desde mí, puedo aportar, puedo dar y puedo regalarme al mundo, uniéndome a él, formando parte de él, participando en él con mi individualidad y con mi singularidad, en la alternancia de la admisión y la donación.

viernes, 14 de septiembre de 2007

MI CONCEPTO DE DIOS

Mi concepto de Dios era parecido al Dios de Sartre, donde Dios era ese ojo que todo lo ve por mucho que te escondas, ese dedo acusador cuando actúas fuera del orden establecido, esa obligación de ir a misa todos los domingos si querías ser un buen cristiano, ese tener que ser bondadoso, caritativo y fiel ejecutor de los mandamientos y… todo lo demás.

Felizmente el Padre Moratiel cambió esos conceptos. ¿Cómo? No sabría como decirlo, pero escuchar la sencillez de sus palabras, entender su simplicidad de las cosas, comprender que la felicidad está al alcance de todos, que lo sencillo es lo más hermoso, que el amor todo lo puede… despertó en mí a ese Dios cercano, ese Dios próximo que habita en el hombre, ese Dios… que te acepta y te ama tal como lo que eres. Sin más.

Ahora, Dios no quiere que hagas nada a la fuerza, Dios quiere tu libertad y la donación por ti mismo, por Amor a Él, independientemente que tus actos no sean los que marquen los cánones terrenales. Ese Ser que todos llevamos dentro, para mí es Dios, de alguna forma hay que llamarle, y necesito que Dios exista.

Los avatares de la vida nos plantean a lo largo de nuestra existencia muchos interrogantes, muchas preguntas, muchos porqués. Nuestro hacer con los demás, con los nuestros y con el resto del mundo… no puede ser lo mismo una cosa que otra. No es lo mismo el que mata que el que ama, el que agrede que el que acaricia y por eso la vida no puede ser simplemente nacer, vivir y morir. Es mucho más importante, diría que es lo más importante, lo que un alma ama, lo que siente, lo que uno da, lo que uno ofrece libremente… todo aquello que no se ve o no se puede mostrar. Si después de una andadura por esta tierra todo termina con la muerte, todo desaparece bajo tierra, pues… apaga y vámonos.

Creo que el amor que uno siente por otro ser humano, la entrega de uno hacia el otro, la compañía, la escucha, la presencia, la amistad… ha de perdurar más allá de la propia existencia de uno, el cuerpo se queda aquí pero el sentir y la vida del alma sigue el camino más allá de la muerte de otra forma, de otra manera, que no sabría como explicar.

sábado, 8 de septiembre de 2007

LA ESPERA

Qué larga es la espera cuando esperamos del exterior.

Los minutos, las horas y los días transcurren lentamente, el corazón se nos encoje ante esa espera que resulta desesperante, los pensamientos se amontonan buscando el motivo de la tardanza, del silencio, de la callada quietud. Y nuestra espera sigue ahí, esperando un sonido, esperando una voz, esperando algo que no llega. Cuando en esos momentos, todo nuestro ser, toda nuestra atención, está pendiente del exterior, la vida parece detenerse y los instantes se alargan sobremanera aumentando nuestra intranquilidad, nuestra inquietud.

Ese es el gran error y la causa de muchos de nuestros problemas: poner nuestra atención y nuestro sentir en lo de fuera, en lo exterior, en la epidermis de nuestro cuerpo, pendientes siempre de lo externo.

Si el hombre fuera consciente de su integridad como ser, como un todo, completo, sin dependencias, sin apegos exteriores…, la vida sería mucho más hermosa, mucho más tranquila, mucho más sosegada, mucho más vivida. Pero los humanos nos creamos dependencias unos con otros, nos alimentamos unos de otros creando ataduras, sin cuidar nuestra independencia, nuestra libertad, nuestra autonomía. Y nos damos cuenta de nuestro apego, de que nuestras relaciones nos limitan, de que nuestras acciones ya no son nuestras solamente sino dependientes, y a pesar de todo no somos capaces de liberarnos, no somos capaces de soltar las amarras que nos atan y nos limitan, no somos capaces de retomar nuestra libertad… porque nos hemos acostumbrado tanto a la interdependencia, que no sabemos como utilizar, como vivir la libertad que nos ha sido dada; y como buen animal de costumbres permanecemos ahí, esperando… aguardando… quién sabe qué.

martes, 4 de septiembre de 2007

SABER MIRAR LA VIDA

Vivir es pasar.
Jamás se detiene, jamás se paraliza la vida, jamás se puede fijar; la fijación es la muerte
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(j.f.Moratiel)

La vida debería ser un pasar gozando de todo lo que la misma vida pone en nuestras manos. Jamás se detiene, jamás se paraliza la vida, jamás se puede fijar; la fijación es la muerte. Sin embargo convertimos la vida, muchas veces, en sufrimiento, porque la queremos y la vivimos según nuestros reglamentos, según nuestros criterios, según nuestros propios pareceres.

La existencia es nuestra, cada uno tiene en la mano su propia vida, su propia mirada para ver esa vida. Las experiencias que vivimos dependen de nuestra percepción, de nuestra manera de vivirlas, de nuestra forma de mirarlas, todo depende de cómo acojamos nuestra realidad.

Es un entramado la vida, una finísima e invisible red de exterior e interior, de superficialidad y de interioridad, de alma y cuerpo, de afectos y de indiferencias, de amor y desamor, de días y de noches, de deseos y de realidades…

Cuando miramos la vida desde el portal, cuando vivimos la vida desde nuestra fachada... el exterior, la superficialidad, el cuerpo, las indiferencias, el desamor, las noches y los deseos están a la vista bellamente disfrazados y a nuestro alcance, lo que nos expone, sin remedio, a la tentación de ser seducidos, de ser cautivados por ellos y convertirnos en futuras víctimas del desengaño, de la desilusión, de la amargura; a vivir situaciones y realidades que nos causarán disgusto, que nos ocasionarán sufrimiento.

El sufrimiento podemos evitarlo o menguarlo cuando pasamos por la vida sin fijar, sin retener, sin adueñarnos, sin posesionarnos de ella. Cuando nuestra vida es vivida desde nosotros, desde nuestro interior, desde nuestra esencia, desde un puertas adentro. Cuando vivimos así nuestra vida, entonces la vida es una continua sorpresa, una retahíla de vivencias que permiten enriquecernos y llenarnos.

El entramado de la vida tiene también sus puntos negros, pero al no fijar, al no querer paralizar, al no retener nada, el sufrimiento se convierte en el paso, en la enseñanza, en el aprendizaje que nos permite avanzar, madurar y crecer.

sábado, 1 de septiembre de 2007

LA LIBERTAD DEL APEGO

Es humano apegarnos a las cosas, a nuestros seres queridos, a nuestros deseos, a nuestros anhelos, a nuestras aspiraciones, a nuestras apetencias. Es propio del hombre tener esas “cualidades” o características, precisamente porque somos interior y exterior, porque vivimos hacia dentro y hacia fuera.

Cuando alguna de estas manifestaciones hacia el exterior se apodera de nuestra unidad, de nuestra alma y de nuestro cuerpo, aparece sin remedio la presencia del apego, un apego que se convierte en el eje de nuestra vida, dejamos de ser nosotros mismos para vivir como hojas movidas por el viento del deseo o del afán, pasamos a convertirnos en servidores de nuestro ego.

Todos hemos cruzado etapas de apego, todos hemos sufrido el dominio o la tiranía de sentirnos atados hacia algo que está fuera de nosotros, que es externo a nuestro ser, una situación que se nos escapa de las manos y que puede arrastrarnos. Darnos cuenta, es ya un gran paso hacia la liberación, pero no es suficiente. Admitir que nuestra libertad ya no es nuestra sino que está a merced de esas apetencias y de esos deseos externos, es el punto de partida para recuperar nuestra unidad, nuestra autonomía y nuestra individualidad.

Desprenderse de las ataduras, que nosotros mismos podemos haber creado, puede ser doloroso, triste, incluso nos haga sufrir… pero la recompensa de recobrar la brisa de la vida, la magia y el misterio de nuestra vida, el gozo y la plenitud de vivir de nuevo nuestra libertad, es algo que no tiene límites.

El ser humano comparte, vive y goza de todo aquello que la vida le puede ofrecer, de todo lo que la vida le puede dar, de todo lo que la vida le puede regalar. El hombre es libre, posee una libertad que no puede estar a merced del deseo, de los afanes o de los anhelos, manifestaciones exclusivamente egocéntricas que hoy están y mañana cambiarán. El ego es caprichoso, es voluble, es impulsivo, es inmaduro y ponernos en sus manos nos degrada y nos aprisiona.

La libertad de ser uno mismo, es regresar hacia nuestro ser, retornar al camino de nuestro interior, es reencontrarnos con nuestra unidad, ser de nuevo independientes, soberanos de nuestra existencia, dejarnos acariciar y amar por la vida, por nuestra propia vida. Ser de nuevo LIBRES para vivir de verdad la vida.

miércoles, 29 de agosto de 2007

LA DULZURA DE LA ACEPTACIÓN

Cuando aceptamos la vida, los hechos, los acontecimientos, los ofrecimientos y las dificultades, vivimos la dulzura interior de la aceptación.

Frecuentemente solemos voltear nuestros intereses una y otra vez para encontrar una solución que vaya acorde a nuestros deseos, a nuestras aspiraciones aun a sabiendas que difícilmente encajaran, queremos hallar un hueco por donde infiltrar, por donde imbuir nuestra objetivo… cuando lo más fácil y lo más sencillo es aceptar, aceptar que las cosas son como son, dejar que la vida transcurra, no a nuestro antojo, no a nuestro gusto o capricho, sino como se nos da. Nuestro querer y nuestro desear es cambiante, es tan variable e inestable que aquello que tanto nos ocupa y nos desquicia, resulta que pronto va a perder entusiasmo, va a perder validez, va a dejar de tener sentido, y con el paso del tiempo, lo más seguro es que dejará de poseer el valor que ahora le otorgamos. Si previamente somos capaces de entender este proceso al que la misma vida nos empuja, vamos a gustar la vida en su propia expresión, en su misma espontaneidad, en su inigualable belleza, porque la vida no es manejable a nuestro antojo, sino que la vida es ofrecida para nuestro gozo.

Los deseos, anhelos e ilusiones de nuestra mente, posiblemente permanezcan todavía activos en nosotros, nuestros pensamientos y nuestros anhelos puede que sigan mellando nuestro ánimo… pero vivimos la sensación de distinta forma cuando lo aceptamos. Nos embriaga una dulce paz, un bienestar, una calma, aunque la insistencia de nuestro ego esté presente. Dentro, en lo hondo de nosotros, en lo profundo de nuestro corazón, nos sabemos en buen camino, porque nos orientamos y nos encaminamos a la recóndita verdad de nuestro ser.

¡Que grandeza poder vivir la dulzura de la aceptación! No una aceptación impuesta, obligada, sino aceptada y acogida previamente, con la fuerza del bien y la verdad que nos habita.

Cuando se experimenta esa realidad, ese instante, sentimos que nos acercamos con buen paso hacia el Dios de la vida que nos mora, percibimos la alegría del regreso a casa, del retorno a nuestro corazón.

lunes, 27 de agosto de 2007

EL VACÍO DEL ALMA O EL VACÍO EN EL ALMA

EL VACÍO DEL ALMA, es el vacío que nos otorga la desnudez de nuestros egos. Un vacío donde nos despojamos de los materialismos, donde nos aligeramos del afán de poder, del afán de tener, de las necesidades mundanas y caminamos hacia la unidad de nuestro cuerpo y de nuestra alma. Como dice Moratiel: el recipiente vacío es el que se hace digno de recibir el agua de la fuente.

Es un vacío de llenura, es un abandono del afán exterior para recibir la esencia, la verdad, la belleza, el amor y la luz de todo lo que nos rodea sin necesidad de posesionarnos de nada, sin acaparar nada de lo que se nos dé, simplemente recibimos para vivirlo, gozarlo y amarlo. Es un vacío de plenitud, es un vacío para llenar de vida los instantes de nuestra vida.

Pero hay otro vacío que resulta demoledor, que nos rompe y nos inunda, es un vacío que no le asiste, como fin, el ser llenado, sino que él por si mismo, está ya lleno de nada y de oscuridad. Es EL VACÍO EN EL ALMA.

Vivir, sentir el vacío en el alma es experimentar la nada y la oscuridad. Sentir, desde lo más hondo del ser, un descenso hacia una profundidad que no parece tener fin. Momentos que vivimos en la nada oscura, en ese vacío rompiente del alma, en esa vacuidad que nos arrasa por dentro… y no hallamos donde asirnos, ni como detener nuestra caída… es una experiencia que nos aprisiona, nos ata y nos cubre con desgarro. El ánimo nos abandona, la melancolía y la desazón nos atrapan.

En esos instantes, donde todo parece hundirse, asistámonos a nosotros mismos, siempre hay algo que nos acompaña, un ímpetu, una fuerza nos empuja, algo nos mantiene… desde dentro, sólo desde nuestro interior surge la fuerza, el sentir de nuestro ser verdadero, el impulso del alma que nos habita. La fuerza interior que nos asiste es lo que nos ayuda y nos acompaña para mantenernos atentos a la aurora, a la calma de nuestra impaciencia.

Moratiel decía: después de la noche más negra que puede habitar nuestro corazón está la luz, (...) más allá siempre hay una primavera y hay un paraíso y hay un jardín, siempre, no importa que haya que atravesar el invierno y la noche.

Resulta toda una hazaña saber esperar una espera, ser pacientes al proceso de cambio en nuestro camino, distinguir la luz en la espesura, vernos capaces de alcanzar de nuevo ese espacio, ese fragmento de existencia, donde con cierto desahogo, volvemos a respirar. Pero en nosotros está todo, sólo hay que saber encontrarlo, sólo hay que saber esperar.

lunes, 13 de agosto de 2007

LO SENCILLO

Un texto que habla de la sencillez, de lo sencillo, dice así:
La sencillez es sinónimo de unidad, no se puede dividir lo que es sencillo, porque es íntegro

Al leer ese texto vino rápidamente a mi memoria una expresión que me escribieron no hace mucho: “sé sencilla”.

En el momento que lo leí, no reparé en el significado de “sencilla”, le di un sentido de lo más usual, probablemente más común, algo así como aceptar lo que había, acoger las cosas como eran etc. Pero ahora, al leer esa otra explicación, he recordado el contexto de esa palabra y me ha permitido valorar mucho más su contenido.

Lo sencillo son esas pequeñas cosas que vivimos y sentimos en cada instante y que por ser quizás tan transitorias y tan reducidas no les damos importancia, quizás ni nos damos cuenta de ellas, por tanto no las valoramos. Son briznas, minúsculos detalles que por su brevedad no pueden reducirse más y muchas veces nos pasan desapercibidos. Cuando, en un momento dado, despiertan a nuestro entender, a nuestra realidad, descubrimos que ese instante es íntegro, es completo, es entero, es indivisible y de repente descubrimos su importancia en nuestro vivir, una importancia vital y única, porque sin esos instantes perderíamos la esencia de la vida.

Lo sencillo, lo humilde es lo válido, lo importante, lo realmente esencial para sentir viva la vida, para vivir la vida. Lo sencillo, la sencillez es el elemento imprescindible para ser uno mismo.

martes, 31 de julio de 2007

LA CASUALIDAD NO EXISTE

Moratiel solía iniciar todos los encuentros diciéndonos que "la casualidad no existe", que no era por casualidad que estuviéramos allí y que estábamos los que teníamos que estar.

Dice también Moratiel en el diálogo del Discípulo del Silencio “es un proceso la vida y es un camino y... en cada, digamos en cada hora, en cada estación, tenemos la ocasión de beber, una fuente”.

Pensamos a veces porque nos ocurre este hecho, este incidente, esta discusión, aquel malentendido… y damos vueltas a lo sucedido, tenemos la necesidad de saber el por qué nos ocurre, el por qué nos pasa. Si la casualidad no existe, entonces... ¿qué significa el hecho de hallarnos en una circunstancia concreta? o ¿en un determinado suceso? o ¿con esa inquietud?

Hay personas que asumen la situación con verdadera y asombrosa benevolencia, otros reaccionan negativamente, incluso con cierto enojo o violencia, y algunos más necesitan respuestas; no sabemos exactamente qué respuestas, pero buscamos algo que le dé sentido a nuestras preocupaciones, a nuestras inquietudes, a nuestro malestar. Las cosas suceden, nos suceden las cosas porque así están quizás previstas para nosotros. Todo tiene un sentido y un por qué.

Es bueno tener inquietudes, la misma vida nos pone en situaciones que nos sacuden y nos tambalean para que reaccionemos o cambiemos nuestra mirada, para que no nos acomodemos a una vida rutinaria, a un cotidiano y monótono ritmo en nuestros días. Como dice Moratiel, la vida es un proceso y todo proceso requiere y necesita cambios, necesita modificaciones, es necesario que avancemos y evolucionemos; en la comodidad y en la rutina, nuestra andadura se estanca y se marchita.

La casualidad no existe, por eso el Silencio, el encuentro con nuestra verdad, con nuestro Ser más íntimo, puede ser nuestra respuesta.

sábado, 28 de julio de 2007

¿CUÁNTAS VECES SE LO ESCUCHAMOS?

En la mañana hazme escuchar tu gracia

¿Cuántas veces, los que le conocimos y estuvimos en los encuentros, escuchamos este verso en sus labios?

Moratiel solía enunciarlo por la mañana, a la primera hora del día, tal como el mismo salmo parece indicar. Ahora, al querer comentar este matiz tan cercano a nuestro ambiente y a nuestros entornos del Silencio, creo que Moratiel quizás iba más allá de su literal expresión, de su hora del día, de su encuentro diurno con nosotros.

Todos sabemos cuando es literalmente la mañana de un día cualquiera. Cuando hablamos o mencionamos este momento del día tenemos, inconscientemente presente, la jornada entera a continuación.

Moratiel hacía siempre mucho hincapié en el instante de ahora, el momento presente, ese espacio breve de tiempo y de vida que tan fugazmente nos cruza sin damos cuenta. La mañana para el hombre que habita, vive o busca el silencio puede ser cualquier hora del día, cualquier momento, porque cada espacio, cada ahora, cada instante, cada lugar y cada minuto puede ser la mañana de nuestro despertar, de nuestro compartir, de nuestro dar, de nuestro vivir, el inicio de nuestro paso, el comienzo de nuestra andadura.

A cualquier hora del día o de la noche podemos acompañar al salmista, a Moratiel y decir también con ellos “En la mañana hazme escuchar tu gracia”.

martes, 24 de julio de 2007

SOBRE EL HOMBRE MORATIEL

Conforme voy conociendo más detalles y más aspectos de la vida de Moratiel, del Moratiel “discípulo del Silencio”, cada vez entiendo mejor su condición, su actitud, su especial forma de ser. Él nunca fue una persona que tuviera demasiado interés, ni entusiasmo en que sus palabras fueran publicadas o transcritas. Es más, en alguna ocasión había expresado estas palabras: Os podéis olvidar de todo lo que me habéis escuchado, os podéis olvidar de todo... porque todo está en vuestro corazón.

Fernando Suárez en su artículo “La llamada del silencio” define muy bien el camino espiritual de Moratiel al utilizar la expresión “misticismo antropológico” porque “el Dios de su corazón es el Jesús histórico”.

Su teología, su apostolado, su comunicación... eran él mismo. Su expresión, su voz, su sinceridad, ese movimiento de sus manos balanceándose al hablar, su mirada, su sonrisa… era sencillamente para verle, como se suele decir, en vivo y en directo. Sus libros no son así, mejor dicho, las palabras impresas exponen, dicen, pero no pueden transmitir su expresividad, su tono, su voz.

Moratiel habla del Ser que todos llevamos dentro, como la fuente que nos sacia de todas nuestras necesidades sensitivas y espirituales. Este Ser puede ser Dios para los cristianos, Yavé para los judíos, Alá para los musulmanes, el Nirvana para los budistas, la propia perfección para los no creyentes… Por eso sus palabras y su sentir eran válidos para todos. No tenía formulaciones, no tenía dogmas, no había que suscribirse, no había que asociarse, no pedía nada, ni exigía nada… sólo ofrecía. Ofrecía su propia vivencia, ofrecía lo inexplicable con un lenguaje sencillo y entendedor a todos los niveles, nos hablaba del río, del agua, de la montaña, de la nube, del chopo, del robledal… contaba leyendas de princesas y reyes, animales que hablaban con los hombres, ermitaños, ladrones… etc. ¿Quién no era capaz de entender estas palabras? Nadie. Todo el mundo las acogía y sabía extraer, a su manera, la sencillez del mensaje. Un mensaje tan simple y a la vez tan revelador, que sólo invitaba a seguirlo.

Evidentemente detrás de esa sencillez y de esa simplicidad estaba su propia vivencia, su propia experiencia, su propia andadura. Una andadura que tuvo sus más y sus menos pero que nunca expresó, al menos que yo sepa. Aunque de todo ello también supo valorar y también supo encontrar, una enseñanza, un mensaje.

sábado, 21 de julio de 2007

LOS SUCESOS DE NUESTRA VIDA

La vida hay que asumirla
Vivir la vida no es más que eso: ACEPTAR, ACOGER
(j.f.Moratiel)


(Presentaciones PPS: ACEPTAR, ACOGER)

Los sucesos que hay en nuestra vida (los que no nos gustan) suelen tener siempre dos lecturas: una buena y otra menos buena.
- La menos buena es cogérnoslo por lo trágico. Nos desesperamos, nos angustiamos, nos entristecemos… lo cual no nos evita la situación, sino que se extiende, se esparce y no tan sólo en nosotros, sino también a los que tenemos alrededor.
- La buena es aceptarlo. Aceptarlo, no en plan víctima, sino como algo propio e inherente a la propia existencia.

La aceptación no es fácil. No es nada fácil aceptar lo que no queremos o nos hace sufrir, pero (creo o se me antoja y también lo decía Moratiel) que no hay otra alternativa que sea más sencilla. La desesperación, la angustia, la tristeza se siente y se vive igual, porque uno es humano y le duele lo suyo, pero no hay que recrearse en ello más que el tiempo suficiente y necesario para empezar a superarlo.

En ambos casos el suceso es el mismo, pero en la primera opción nos arrastra, nos domina y en ocasiones puede vencernos, en cambio en la segunda es como un tropiezo, una enfermedad e incluso puede ser un aprendizaje. De hecho debemos acogerlo como un aprendizaje. Nuestro deseo, nuestro anhelo sigue estando ahí, pero no se puede seguir caminando llevando un dolor o un sufrimiento mucho tiempo a cuestas.

Es siempre preferible el aceptarlo y aceptarlo lo antes posible. Aceptar no significa olvidarlo, borrarlo o querer creer que lo sucedido no ha sucedido, o que lo que se siente no se siente, esto sería un engaño. Aceptar es asumirlo e intentar ver lo bello, buscar lo favorable, encontrar algo que nos aliente y que nos revitalice en eso mismo que hemos vivido, vivimos o sentimos. En la medida de lo posible ¡claro!

Las cavilaciones, la búsqueda de los por qués, el querer entenderlo nos puede llevar a distintas posiciones, una de ellas puede ser el querer cortar con todo, terminar con aquello que nos ha provocado el dolor. Una radical y drástica decisión puede hacernos experimentar el vacío, un vacío desolador. El vacío de angustia y desesperación es una sensación tremenda para la sensibilidad y el sentir humano.

Moratiel nos habla de ACOGER, de acogerlo todo, porque esta acogida puede darnos el empuje, la fuerza y el coraje que nos permita avanzar. Sin prisas, pacientemente, debemos ser pacientes con nosotros mismos, darnos el tiempo necesario, “es mejor ver la carencia y asumirla, -nos pasa esto, nos ocurre esto… - pero no buscar ninguna compensación”. Vivir cada instante, cada momento, cada ahora porque esa es nuestra mayor riqueza y la vida, nuestra vida, a veces se nos escurre de las manos por quedarnos anclados en episodios del pasado.

ACEPTAR, ACOGER todos los momentos “es la parte más maravillosa de la vida”, porque la vida vivida así es “la vida que sospecha y que intuye nuestro corazón”.