miércoles, 29 de agosto de 2007

LA DULZURA DE LA ACEPTACIÓN

Cuando aceptamos la vida, los hechos, los acontecimientos, los ofrecimientos y las dificultades, vivimos la dulzura interior de la aceptación.

Frecuentemente solemos voltear nuestros intereses una y otra vez para encontrar una solución que vaya acorde a nuestros deseos, a nuestras aspiraciones aun a sabiendas que difícilmente encajaran, queremos hallar un hueco por donde infiltrar, por donde imbuir nuestra objetivo… cuando lo más fácil y lo más sencillo es aceptar, aceptar que las cosas son como son, dejar que la vida transcurra, no a nuestro antojo, no a nuestro gusto o capricho, sino como se nos da. Nuestro querer y nuestro desear es cambiante, es tan variable e inestable que aquello que tanto nos ocupa y nos desquicia, resulta que pronto va a perder entusiasmo, va a perder validez, va a dejar de tener sentido, y con el paso del tiempo, lo más seguro es que dejará de poseer el valor que ahora le otorgamos. Si previamente somos capaces de entender este proceso al que la misma vida nos empuja, vamos a gustar la vida en su propia expresión, en su misma espontaneidad, en su inigualable belleza, porque la vida no es manejable a nuestro antojo, sino que la vida es ofrecida para nuestro gozo.

Los deseos, anhelos e ilusiones de nuestra mente, posiblemente permanezcan todavía activos en nosotros, nuestros pensamientos y nuestros anhelos puede que sigan mellando nuestro ánimo… pero vivimos la sensación de distinta forma cuando lo aceptamos. Nos embriaga una dulce paz, un bienestar, una calma, aunque la insistencia de nuestro ego esté presente. Dentro, en lo hondo de nosotros, en lo profundo de nuestro corazón, nos sabemos en buen camino, porque nos orientamos y nos encaminamos a la recóndita verdad de nuestro ser.

¡Que grandeza poder vivir la dulzura de la aceptación! No una aceptación impuesta, obligada, sino aceptada y acogida previamente, con la fuerza del bien y la verdad que nos habita.

Cuando se experimenta esa realidad, ese instante, sentimos que nos acercamos con buen paso hacia el Dios de la vida que nos mora, percibimos la alegría del regreso a casa, del retorno a nuestro corazón.

lunes, 27 de agosto de 2007

EL VACÍO DEL ALMA O EL VACÍO EN EL ALMA

EL VACÍO DEL ALMA, es el vacío que nos otorga la desnudez de nuestros egos. Un vacío donde nos despojamos de los materialismos, donde nos aligeramos del afán de poder, del afán de tener, de las necesidades mundanas y caminamos hacia la unidad de nuestro cuerpo y de nuestra alma. Como dice Moratiel: el recipiente vacío es el que se hace digno de recibir el agua de la fuente.

Es un vacío de llenura, es un abandono del afán exterior para recibir la esencia, la verdad, la belleza, el amor y la luz de todo lo que nos rodea sin necesidad de posesionarnos de nada, sin acaparar nada de lo que se nos dé, simplemente recibimos para vivirlo, gozarlo y amarlo. Es un vacío de plenitud, es un vacío para llenar de vida los instantes de nuestra vida.

Pero hay otro vacío que resulta demoledor, que nos rompe y nos inunda, es un vacío que no le asiste, como fin, el ser llenado, sino que él por si mismo, está ya lleno de nada y de oscuridad. Es EL VACÍO EN EL ALMA.

Vivir, sentir el vacío en el alma es experimentar la nada y la oscuridad. Sentir, desde lo más hondo del ser, un descenso hacia una profundidad que no parece tener fin. Momentos que vivimos en la nada oscura, en ese vacío rompiente del alma, en esa vacuidad que nos arrasa por dentro… y no hallamos donde asirnos, ni como detener nuestra caída… es una experiencia que nos aprisiona, nos ata y nos cubre con desgarro. El ánimo nos abandona, la melancolía y la desazón nos atrapan.

En esos instantes, donde todo parece hundirse, asistámonos a nosotros mismos, siempre hay algo que nos acompaña, un ímpetu, una fuerza nos empuja, algo nos mantiene… desde dentro, sólo desde nuestro interior surge la fuerza, el sentir de nuestro ser verdadero, el impulso del alma que nos habita. La fuerza interior que nos asiste es lo que nos ayuda y nos acompaña para mantenernos atentos a la aurora, a la calma de nuestra impaciencia.

Moratiel decía: después de la noche más negra que puede habitar nuestro corazón está la luz, (...) más allá siempre hay una primavera y hay un paraíso y hay un jardín, siempre, no importa que haya que atravesar el invierno y la noche.

Resulta toda una hazaña saber esperar una espera, ser pacientes al proceso de cambio en nuestro camino, distinguir la luz en la espesura, vernos capaces de alcanzar de nuevo ese espacio, ese fragmento de existencia, donde con cierto desahogo, volvemos a respirar. Pero en nosotros está todo, sólo hay que saber encontrarlo, sólo hay que saber esperar.

lunes, 13 de agosto de 2007

LO SENCILLO

Un texto que habla de la sencillez, de lo sencillo, dice así:
La sencillez es sinónimo de unidad, no se puede dividir lo que es sencillo, porque es íntegro

Al leer ese texto vino rápidamente a mi memoria una expresión que me escribieron no hace mucho: “sé sencilla”.

En el momento que lo leí, no reparé en el significado de “sencilla”, le di un sentido de lo más usual, probablemente más común, algo así como aceptar lo que había, acoger las cosas como eran etc. Pero ahora, al leer esa otra explicación, he recordado el contexto de esa palabra y me ha permitido valorar mucho más su contenido.

Lo sencillo son esas pequeñas cosas que vivimos y sentimos en cada instante y que por ser quizás tan transitorias y tan reducidas no les damos importancia, quizás ni nos damos cuenta de ellas, por tanto no las valoramos. Son briznas, minúsculos detalles que por su brevedad no pueden reducirse más y muchas veces nos pasan desapercibidos. Cuando, en un momento dado, despiertan a nuestro entender, a nuestra realidad, descubrimos que ese instante es íntegro, es completo, es entero, es indivisible y de repente descubrimos su importancia en nuestro vivir, una importancia vital y única, porque sin esos instantes perderíamos la esencia de la vida.

Lo sencillo, lo humilde es lo válido, lo importante, lo realmente esencial para sentir viva la vida, para vivir la vida. Lo sencillo, la sencillez es el elemento imprescindible para ser uno mismo.