martes, 30 de octubre de 2007

EL CAMINAR DEL TIEMPO

El paso de los días siempre nos traen novedades o cambios, generalmente los notamos porque tienden a la situación opuesta a la que estamos viviendo. Después de la tormenta viene la calma, después del invierno la primavera, después de la noche nace el amanecer…

No hay pasar de días en los que el caminar del tiempo no deje su huella, felizmente es bueno que así sea y en todos los sentidos. Si nuestra vida abrazara siempre la felicidad o siempre la desgracia sería realmente insoportable. Una eterna felicidad nos daría la monotonía de no saber apreciar la dicha de nuestro transitar por esos mundos de Dios y una constante desgracia nos hundiría en el más profundo de los abismos ante el riesgo de abortarlos nosotros mismos.

El tiempo pasa y lo hermoso de ese pasar es sentir que uno está vivo, que se está en este mundo para lo bello y también para lo que no es tan bello. El contraste de los días hace que nuestra vida tenga sentido y que nuestra existencia tenga un por qué. Nuestra andadura se va andando a través de nuestros pasos y de muchos de ellos guardamos algunos retazos, algunos momentos que quizás sin saber por qué se convierten en eternos. Son esas vivencias intemporales, instantes que ya carecen de lugar y de tiempo, pero que forman parte de nosotros como si fueran materia inherente a nuestra corporalidad. No siempre son los momentos más felices o los más dulces, pero un momento dado o un suceso determinado puede quedar como grabado a fuego en nuestra memoria, pertenece a nuestra eternidad, es un instante de vida que habita en nosotros en un eterno presente.

Y la vida sigue. El encanto de la vida, de esta vida nuestra, la de cada uno, aquello por lo que merece ser vivida no es el resultado al final del recorrido, sino el vivir los momentos con intensidad, sean los que sean y darse cuenta que el pasado es algo que no podemos cambiar, hay lo que hay y nosotros somos lo que somos, pero a partir de este ahora tenemos en nuestras manos todo el resto de nuestra vida.

sábado, 27 de octubre de 2007

SEGUIR... SEGUIR

UNA HUMILDE LUZ PUEDE ROMPER LAS TINIEBLAS MÁS ESPESAS.
J.F.MORATIEL

Hay días, hay épocas o momentos en los que las tinieblas cubren nuestra vida, no sabemos el por qué, pero la oscuridad se instala en nuestros instantes y aunque nos esforcemos en caminar con la mirada puesta en el horizonte no sabemos encontrar, entre sombras, esa débil línea, ese camino, que es el nuestro. No sabemos donde pisar. La oscuridad cubre nuestros pasos.

Pero saber caminar en la oscuridad tiene su mérito, tiene su valor y su valía, porque nos muestra cómo somos capaces de seguir; seguir solamente guiados por una armonía, una armonía la nuestra, que quizás ahora se nos antoje desarmonizada. ¡Qué incoherencia, pero qué realidad!

Cuando sentimos y vivimos el sonreír de la vida, no solemos darnos cuenta de ello. Somos felices, nos sentimos bien y muy ocasionalmente reparamos en la belleza y la alegría que la vida nos da. Sin embargo, cuando lo grisáceo o la negrura del invierno nos habita o nos visita, es entonces cuando nos lamentamos de la situación. Saber valorar las distintas estaciones de nuestra vida, saber aceptar y vivirlas es lo que va a armonizar nuestra andadura. Saber ver, entender y acoger el oleaje de nuestros días, es lo que nos facilita el que nuestros pasos… quizás temblorosos, quizás inseguros, sigan caminando en busca de ese horizonte que está ahí, delante de nuestra mirada, delante de nuestros ojos y que ahora no sabemos distinguir.

A veces la luz, esa humilde luz de la que nos habla Moratiel, no es más que seguir, seguir… seguir aunque la oscuridad, la tiniebla y el invierno nos rodeen… porque la luz, la auténtica luz que nos ilumina, no está fuera, está dentro.

jueves, 25 de octubre de 2007

VIVIMOS APRISA

Nuestro ser verdadero está más allá de todas las funciones.
Nuestro ser verdadero está más allá de todas las imágenes.
(J.F.MORATIEL)


Vivimos aprisa la vida. Andamos ansiados, estragados, porque nos lanzamos al hacer, al tener, al poseer, al aparentar, a la moda, a la adquisición que nos ofrece la sociedad de consumo y cruzamos la vida sin vivirla, sin gozarla, sin sentirla, ni experimentarla en su sentido más originario, cuando nos dirigimos y nos administramos nosotros nuestros días.

La vida nos ofrece constantemente su atención, sus dones, sus dádivas, sus regalos... toda ella se nos ofrece en la más pura esencia, pero nosotros andamos ocupados en las funciones diarias, en la presencia e imagen que ofrecemos al exterior, y de vez en cuando, la vida nos sacude dándonos la oportunidad de vivir y ver las cosas que realmente son esencia de la vida. Nos ofrece la ocasión de ladear el exterior y acercarnos a la verdad que nos habita.

Lo cierto es que cuando experimentamos esa cercanía, ese posible y a la vez desconocido encuentro, nos surgen raras elucubraciones, nos provoca espacios de “soledad”, cambios en nuestra rutina, enfoques distintos, unas sensaciones que nos pueden provocar indudables reflexiones que no nos apetecen demasiado, por no decir que no nos interesan nada, ya que todo encuentro implica la alteración de las costumbres, de lo adquirido, de lo cómodo, de lo conocido.

El Dios de la vida, la trascendencia, aquello que no sabemos decir, explicar, ni entender, está ahí, pero no tenemos tiempo, es algo que dejamos para otros momentos más apacibles, con menos trasiego y por supuesto para épocas en que no tengamos nada mejor que hacer.

La vida nos rodea, nos envuelve, nos cuida y nos quiere, el alma que habita en cada uno de nosotros es paciente e incansable, nos ofrece constantemente la posibilidad de adentrarnos, de buscar nuestro bien y nuestra verdad, una y otra vez, porque la vida de este cosmos no tiene ninguna prisa, tiene toda nuestra eternidad para hacérsenos presente.

Moratiel es como un eco de esa voz vital, de esa voz cósmica, de esa vida etérea, sus palabras sencillas, cercanas, modestas, nos van acercando a esa andadura hacia el camino interior, hacia ese encuentro del espíritu de la vida con el alma, nuestro ser más escondido, nuestro ser verdadero, lugar donde se aloja nuestro hondo sentir, donde nada nos puede fallar, donde nada nos puede engañar, donde siempre vamos a hallar, donde siempre nos podemos encontrar.

El tiempo no existe en este camino, las palabras no son sonoras al oído sino al corazón, las respuestas que entreveamos no siempre son nuestras respuestas, ni pueden responder a nuestros deseos, pero si realmente algo se nos hace presente y ese algo sale y nace del corazón... ese es el bien y la verdad de nuestro camino.

domingo, 21 de octubre de 2007

EL HUMANISMO DE LOS FUERTES

Si hablamos del estado de ánimo de los seres humanos, existen a grandes rasgos, como dos grandes grupos de personas.

Unas son aquellas que cuando les sucede algún altercado o sufren algún pesimismo o alguna contrariedad, se sumergen en un estado de preocupación y de tristeza, siendo los más allegados los que les presten más atención y más cuidados a causa de su pesimismo, de su tendencia a los estados depresivos. Necesitan como una manifestación más acusada de cariño y afecto de sus seres queridos, de su entorno. A pesar de ello suelen mostrar y manifestar ese aire de melancolía o de pesimismo.

Hay otro grupo de personas cuya apariencia exterior es la de poseer un carácter fuerte, capaz de resistir los avatares de la vida, sean cuales sean. Su ánimo les mantiene firmes ante las adversidades, aunque ello no signifique que no lo sientan y lo sufran. Estas personas son vistas por los demás como si fueran rocas, como si los sucesos no les afectaran con igual intensidad que aquellos que lo expresan y lo manifiestan.

Quisiera levantar mi voz a favor de ese segundo grupo que aparentemente resisten todo lo que la vida les hace vivir. Los llamados fuertes son personas cuyo dolor también arrasa lo más hondo del ser, a veces es tanto el dolor que no lo expresan porque por mucho que se diga, por mucho que se hable, nadie es capaz de compartirlo; pueden más o menos entenderlo, se puede más o menos comprender, pero por mucho que se hable de ello nunca nadie puede vivir lo que uno está viviendo. Los llamados fuertes también son humanos y a pesar de que no puedan, no sepan o no sientan el expresarlo, muchas veces el dolor y el sufrimiento es extremo, y en la soledad de sus vidas sienten romper el alma y desgarrar las entrañas ante esa quebradura de su interior, pero son considerados fuertes porque tienen la voluntad de caminar sabiendo que la vida no siempre será como este momento, su fortaleza descansa en confiar que la vida puede cambiar y mostrar su cara amable y feliz.

A veces creo que la vida es mucho más dura con los que denominamos fuertes por esa capacidad de aguante, de aceptación o de voluntad, y lo ingrato de todo ello, es oír y sentir de los demás, que ese sufrimiento no es tan grave o no es tan extremo porque no se manifiesta. Valoramos siempre en función de la exterioridad, de lo que percibimos, de lo que vemos, de lo que deducimos o imaginamos sin tener en cuenta y sin saber lo que de verdad habita dentro de cada corazón.

Habría que recordar que por muy fuerte que uno sea también se es humano y en ocasiones la fortaleza llega al extremo de ser tan frágil como un simple papel de fumar, pero sin saber cómo se agarran a la espera, a la confianza de cambio. Quizás no es que se sea más fuerte, sino simplemente se es algo más paciente en el día a día.

lunes, 15 de octubre de 2007

SOBRE LA PACIENCIA

Una de las mejores virtudes de la vida y del Silencio es sin duda la PACIENCIA.

Nuestros pasos en la vida, en nuestros quehaceres, en todos los aspectos de nuestros días requieren su tiempo, su ocasión, su momento. Nosotros, a veces, nos impacientamos por llegar a un lugar, nos impacientamos para conseguir un propósito, para ordenar nuestras prioridades, para completar nuestras actividades…

Cuando entramos en el camino del Silencio, nos ocurre lo mismo, tenemos una cierta prisa en encontrar la postura adecuada, en conseguir una perfecta concentración, en creer que entramos en un espacio donde sólo hay que atender unas pautas previas y ¡zas! estamos de lleno en pleno camino de superación. Pues, no ¡nada de eso! la andadura en el silencio es un lento caminar, es una cuesta ardua, difícil y costosa, que necesita de cierta dedicación y de mucha paciencia.

Moratiel nos recordaba a menudo que, el camino del Silencio, es una tarea que nos puede llevar toda la vida, y en ocasiones, hasta mucho tiempo después de habernos iniciado, aún no hallamos la forma de vivirlo y sentirlo con cierta familiaridad, con cierta seguridad. La vida, por el camino del silencio, es una forma de vivir la vida que requiere constancia, voluntad, asiduidad y aceptación.

Todo en la vida requiere su tiempo y es casi innato en el hombre de hoy la impaciencia, todo lo queremos de inmediato, lo deseamos ahora, ya, en este momento, y sin embargo las cosas, los procesos, las situaciones requieren su tiempo, su espacio y su lugar. También nosotros necesitamos tiempo y espacio para asumir los hechos y las vivencias de nuestra vida, también nosotros necesitamos de la paciencia, tanto nuestra como ajena, para aceptar cambios, para tomar decisiones, para… caminar los pequeños trechos de cada día.

La paciencia suele hacer del hombre un ser tranquilo, atento, observador y sabio, porque en esa espera sabe vivir la vida de los instantes.

sábado, 6 de octubre de 2007

EL EGOÍSMO, UN VALOR POSITIVO

Una palabra puede contener en sí expresiones distintas según la carga semántica que atribuyamos a dicha palabra en una definición, mensaje, situación, expresión o contexto.

El término EGOÍSMO, de entrada, es una palabra que nos indica una característica negativa en el ser humano. El egoísta es aquel que desea conseguir, atraer, poseer o tener algo o alguien hacia sí. Llamamos egoísta al que no comparte, al que no tiene en cuenta los efectos de sus actos sobre los demás o sobre el entorno, al que no atiende más que a su propia necesidad material o externa, a su individualismo.

Cuando hablamos de una andadura en el silencio, de meditación o sencillamente de hallarnos y ser nosotros mismos, el ser egoísta es una necesidad y un derecho que debemos valorar positivamente. Debemos conseguir momentos de encuentro, de interiorización, de descubrimiento propio. Ceder estos instantes ante las actividades externas o los compromisos ajenos nos disuelve, nos pierde en el quehacer cotidiano, nos evapora en esas “obligaciones” indispensables que desaparecen al momento siguiente de haberlas realizado.

Si no somos egoístas en nuestro propio hallazgo, nada de lo que ofrezcamos y demos, hallará eco en nuestros semejantes, en nuestro entorno. Para poder dar debemos primero tener, para poder ofrecer debemos conseguir, para poder amar primero debemos escuchar nuestro latir, para poder convivir primero hemos de hallar nuestra propia vida.

lunes, 1 de octubre de 2007

SOBRE LA SOLEDAD

Me gustaría expresar brevemente lo que me ha sugerido esta frase, que una querida discípula y amiga, me ha resaltado de los escritos de Moratiel.

“PARA IR HACIA EL MUNDO INTERIOR, PARA IR HACIA NUESTRA PROPIA VERDAD HAY UNA CIERTA SOLEDAD”

Es cierto que la soledad nos empuja hacia nuestro interior. Es cierto también que la soledad nos hace descubrir saberes ocultos, sentires que quizás no sabíamos que estaban en nosotros e incluso realidades que nos perturban y hasta nos puede asustar el admitirlas, es también verdad que en la soledad, en nuestra soledad, es donde podemos hallar alguna respuesta a la incertidumbre o a la inestabilidad que a veces anímicamente experimentamos.

La soledad buscada suele ser hermosa, agradable el vivirla, novedosa cuando nos dejamos llevar por ella. Pero en el sentir humano, la soledad siempre tiene dos caras, como quizás todos los sentires y la mayoría de las vivencias. Cuando uno se busca a si mismo, cuando uno busca la verdad de dentro, la que nos habita, es evidente que necesitamos esos instantes solitarios que favorecen nuestra incursión hacia el interior. Pero existe la otra cara de la soledad, es esa soledad que te toma por sorpresa, esa soledad que te hace caer en la cuenta que lo de alrededor, lo que nos rodea, ya no nos llena, y en nuestro interior tampoco sentimos paz, ni sosiego. Esa soledad es como un cortocircuito y repentinamente nos quedamos en una confusa penumbra, en una soledad sombría que hace oscurecer los instantes de nuestra vida, una vida que se nos antoja como una losa difícil de llevar.

La vida nos ha sido donada para caminar por ella y aprender, con y a través de ella. Nuestra andadura no la marcamos por entero nosotros, podemos elegir, tenemos libertad para escoger, pero hay como unas líneas invisibles que debemos seguir, no todo está en nuestras manos, ni es un completo albedrío.

Moratiel solía decir con cierta frecuencia en el tiempo, que la casualidad no existe. Entonces si la casualidad no existe, es posible que esa soledad venga también indicada por la propia vida, la de cada uno y en nuestras manos esté el aceptarla de un modo u otro. Hay un interior que nos reclama, hay una verdad que nos habita, pero hay al mismo tiempo un exterior que nos obnubila y nos distrae, quizás esa casualidad que no existe, es la forma que la vida tiene para encaminar de nuevo nuestra vida, es el medio, la forma, que nos reconduce al camino, a la andadura que para nosotros está reservada. Así surge esa soledad inesperada que nos sesga las ataduras, los apegos, nuestras dependencias, y tiende a librarnos de ese exterior que nos ata, nos limita y condiciona nuestra individual andadura.