sábado, 29 de diciembre de 2007

UN FONDO DE SILENCIO

Quisiera en esta ocasión detenerme sólo en una frase que Moratiel dijo en un momento cualquiera y que se recoge en la Introducción del nuevo libro “La alcoba del silencio”.

pronto me di cuenta de que por más que hablara, si no había un fondo de silencio, todo era nada

¿Cuántas veces nos gustaría entrar en este mundo del silencio? ¿Cuánto desearíamos ser dóciles al silencio?... y sin embargo aunque nos predispongamos a él, nuestra mente y nuestro sentir se nos va en otras cosas, se nos va a nuestros pensamientos, a nuestras ocupaciones, a nuestros deseos, a nuestros quehaceres… a multitud de aspectos que ocupan nuestro exterior y que de una forma u otra permanecen en la quietud de nuestros ser alterando nuestro interior. Solemos definirlo o nombrarlo como “ruido”, ese ruido, esa especie de rumor interior que siempre nos distrae, que siempre nos ocupa, que no sabemos exactamente como librarnos de él, porque aunque nuestra predisposición sea darnos al silencio, entrar en el silencio, parece que algo nos aparta y nos distrae de nuestro deseo.

En alguna ocasión, esta pregunta se planteó como cuestión ¿qué hacer cuando una y otra vez aparecen imágenes, situaciones, pensamientos…? Y Moratiel simplemente decía: dejad que todo eso pase y volvamos al silencio, una y otra vez volvamos al silencio, siempre que nos demos cuenta que nuestra mente se va tras el exterior, volvamos al silencio; quizás toda la vida la ocupemos en volver, una y otra vez volviendo al silencio, pero sólo si damos lugar y espacio, el silencio se nos dará.

Moratiel solía decir también que simplemente hay que entrar en el silencio, sin ningún objetivo, sin ningún propósito, sin ninguna expectativa, simplemente hacer silencio, estar en silencio… y cuando aparecen esas intromisiones del exterior, dejémoslas pasar, no nos entretengamos en ellas, simplemente seamos observadores pero sin retenerlas.

Por eso me ha gustado resaltar esa frase, porque lo importante es estar presentes al silencio, es dedicar unos minutos al silencio, buscar el silencio… ese es el fondo que menciona en el texto. Un fondo que proviene de nuestra necesidad, de nuestra búsqueda, de nuestra presencia silenciosa. Sin más, sin ningún objetivo, sin ninguna meta, sin expectativas, sin deseos o anhelos, ser espectadores de nuestro exterior sin detenernos, siendo solamente silencio.

sábado, 22 de diciembre de 2007

REGINALDO

Quisiera expresar unas palabras desde el corazón de todos los discípulos de la Escuela del Silencio, para ello sólo he de remitirme a mi propio sentir, a mi propio corazón.

Todos y cada uno de nosotros venimos un día cualquiera a este mundo, a esta tierra y comenzamos nuestra andadura. Una andadura que desconocemos, un caminar que ignoramos, pero a eso hemos venido.

Todos los que estamos aquí presentes hemos tenido la felicidad de conocernos, de tratarnos y de alguna manera sentirnos unidos a Moratiel. Cuando Moratiel se fue, tuvimos otra gran fortuna, conocer a su familia, conocer su tierra, conocer su entorno y conocer especialmente a Reginaldo.

A ti Reginaldo:
Si miramos en el tiempo… hemos estado poco, muy poco tiempo, pero eso es lo de menos, lo importante no es el tiempo que estamos aquí, ni tampoco cuando venimos o cuando nos vamos, lo de verdad importante es encontrarnos, es saber caminar juntos, conocernos, compartir, sentirnos cercanos y sentirnos bien. Y de ti hemos tenido todo esto y más, nos has dado tu acogida, tu entusiasmo, tu afecto y sobretodo te has dado a ti. Siempre nos has recibido y nos has acogido como otra gran familia esparcida por el mundo.

Nos sentimos felices de haber caminado un trecho contigo.

Nos quedamos con tu sonrisa, con tu rostro agradecido, con tu entrega, tu escucha y tus palabras calladas.

Volveremos a encontrarnos en el Silencio.


M. Àngels
ESCUELA DEL SILENCIO

jueves, 13 de diciembre de 2007

... HA VUELTO PARA ACOMPAÑARNOS...

« El Señor es mi pastor, nada me falta... Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo... » (Sal 22,1-4). El verdadero pastor es Aquel que conoce también el camino que pasa por el valle de la muerte; Aquel que incluso por el camino de la última soledad, en el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiándome para atravesarlo: Él mismo ha recorrido este camino, ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido, y ha vuelto para acompañarnos ahora y darnos la certeza de que, con Él, se encuentra siempre un paso abierto.
Benedicto XVI – enc. Spes Salvi – 6

Este breve texto de la última encíclica del Papa Benedicto XVI, creo que nos remite también al silencio, al encuentro con Aquel que conoce también el camino que pasa por el valle de la muerte, porque muerte no es tan sólo cuando partimos de este mundo, no es solamente dejar este cuerpo, no es sólo dejar este mundo; morimos también a cada instante, a cada ahora y renacemos en el momento siguiente, en el ahora siguiente y en este continuo nacer, morir y renacer caminamos con Él, aquel al que podemos hallar en nuestro silencio, aquel que podemos encontrar en esas horas de quietud, de sosiego, de serenidad y de paz con nosotros mismos. Porque el silencio es el encuentro personal, el encuentro íntimo, el encuentro con nuestro interior, con nuestra verdad más verdadera.

En el silencio, Él se nos hace presente cuando somos capaces de escuchar, cuando somos capaces de prestarle atención, cuando oímos lo que Él nos quiere decir, y aunque el camino nos distraiga, aunque la soledad nos invada va conmigo guiándome.

Moratiel nos acercó este mismo mensaje que ahora mencionan las palabras de esta Encíclica. El silencio es caminar por esta senda de encuentro, es andar por los caminos del hallazgo y de la verdad, el silencio es una andadura hacia un horizonte, hacia un lugar donde somos aceptados, donde somos queridos y donde somos siempre esperados y en este caminar: ha vuelto para acompañarnos.

sábado, 8 de diciembre de 2007

"EL DESCANSO DEL GUERRERO"

Hay momentos en que nos hallamos en una especie de batalla campal con nosotros mismos. Puede ser con los de casa, quizás con el trabajo, diferencias de amistad o cualquier otro motivo que nos hace pasar un tiempo de alteraciones, de luchas y discusiones internas que nos arrastran hacia un malestar e incluso hacia un desapego por todo. A veces ni tan siquiera hay altercado, ni diferencias, ni motivos aparentes para sentirnos apáticos, grises o desilusionados de nuestro propio hacer y sentir, pero las cosas no son como quisiéramos y nos agobian, nos desagradan… hay situaciones que nos provocan esos estados de tristeza, de fastidio, de irritación…y quisiéramos pasar de todo y de todos. Nada nos motiva, nada nos ilusiona, nada nos provoca placer, ni nada nos da alegría.

Estos estados o etapas, los vivimos todos. Todos pasamos por períodos en que lo único que deseamos es que nos dejen mínimamente en paz y cuanto más nos olviden mucho mejor. Es humana esa sensación y es humano sentirse así.

Ahora bien, lo que realmente es importante, no es el suceso en sí, no son las penalidades que podamos vivir, no es el malestar que podamos experimentar… lo más importante es nuestra respuesta, nuestra disposición, nuestra réplica, nuestro desplante al retomar las riendas de nuestra vida. Cuesta enormemente cambiar el curso de los acontecimientos, es un quehacer que requiere de nuestra voluntad y de nuestra decisión. Hundirse en el victimismo, recrearse en el pobrecito de mí, no sirve de nada, excepto para aumentar la pesadez de la situación. Cuando nos levantamos del suelo, cuando hincamos los codos, cuando estrujamos nuestras penas… las fuerzas y el coraje, poco a poco y lentamente sentimos como el aire de la vida nos acaricia nuevamente el rostro, empezamos a decir adiós a lo que ya quedó en el pasado y aunque nos duela el cuerpo por el batacazo recibido… no importa, acude a nosotros ese querer ser nuevamente dueños de nuestra existencia, hay en nosotros la fuerza suficiente para seguir nuestra senda y para recibir todo aquello que la vida nos tiene reservado. Quizá caigamos de nuevo, pero de nuevo podemos levantarnos, quizás nos golpeemos de nuevo, pero nuestro cuerpo lo curará, quizás la pena o el dolor nos supere, pero no debemos cejar, esa es la batalla que hay que conquistar y tenemos los medios, tenemos a nuestro alcance las armas necesarias para conseguirlo. De nosotros depende el ímpetu, el deseo, el empuje, la voluntad de levantarse y seguir. Siempre seguir.

En el momento, en que ya hemos dado nuestros primeros pasos, algo nos acoge, una dulce sensación nos envuelve, una tímida alegría nos nace… es esa aureola que envuelve a “el descanso del guerrero” cuando la osadía de las hostilidades van perdiendo su bravura, cuando de nuevo resurge el sol, cuando el color empieza a aparecer, cuando la luz de nuevo nos ofrece sus destellos y la alegría nos anima a caminar, renovados y crecidos, porque liberamos una batalla, un altercado sin sangre, sin pérdidas materiales pero en muchas ocasiones dura y cruel.

La vida, nuestra vida merece nuestro esfuerzo, nuestro empeño y nuestro deseo de que en ella haya espacio suficiente para que de nuevo surja la alegría de compartir, la alegría de convivir, la alegría de conocer y la alegría de vivir. Sin ninguna duda esa sensación de reencontrarnos, esos momentos del “paso” bien andado, se asemeja al ahora del “descanso del guerrero”.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

CIERRO LOS OJOS... Y...

Cierro los ojos... y el mundo puede ser distinto, mi mundo puede ser diferente, mi entorno puede cambiar... aunque sólo sea por un instante.

Cerrar los ojos puede indicar o sugerir muchas cosas, pero lo primero y más fácil de imaginar es sencillamente la presencia de un agradable y acogedor estado de somnolencia, que rápidamente nos remite al sueño. Podemos cerrar los ojos por muchas otras razones, pero mi propósito es acercarme a ese cerrar los ojos cuando simplemente nos recogemos en nuestras cosas, en nuestros pensamientos, cuando nos adentramos en nuestra intimidad.

Cerrar los ojos es un signo, posiblemente inconsciente pero, muy significativo en esta situación de recogimiento. Es una “apartarse” visualmente de todo aquello que nos rodea, alejarnos de lo que nuestros ojos contemplan en el exterior para adentrarnos a nuestro sentir. Si no existe un motivo muy especial, muy acusado, nos dejamos llevar por el momento en sí, que nos traslada libremente a nuestros pensamientos o a lo que en ese momento surja de ellos. Si en cambio, tenemos algo que nos emociona o nos inquieta, fácilmente el instante nos traslada al objetivo de nuestro sentimiento. Se nos aparecen las cosas, las situaciones o los sucesos tal y como nosotros deseamos que ocurran, o quizás sirven, esos momentos, para que la realidad de las cosas se nos aclaren, se nos hagan entendibles, quizás divaguemos y de repente nos surja el camino a tomar… pero en cualquier caso, el mundo suele ser distinto, las cosas pueden ser de otra forma, casi se puede afirmar que son diferentes. Somos... como espectadores de lo que nos invade, el mundo es otro, somos creadores de ese sentir que nos invade y que en cierta manera, tiende a favorecer y facilitar ese otro cosmos en el que estamos inmersos, inundándonos de un placentero espacio.

En otras ocasiones, aquello que estamos evitando en nuestra realidad exterior, al cerrar los ojos, se nos hace presente de una manera cruda, e incluso cruel y sentimos encoger nuestro corazón de tal forma que nos invade la tristeza. Creo que es bueno a veces, dejarnos llevar también por esa sensación y ese estado quizás nostálgico, quizás melancólico e incluso depresivo, porque si somos conscientes de nuestros deseos insatisfechos, de nuestras precariedades, el hecho de que se nos hagan presentes nos liberan de la angustia existente en nosotros mismos.

Cerrar los ojos, adentrarnos en la intimidad de nuestro ser, sea para liberarnos de nuestra insatisfacción o desdicha, sea para alimentar nuestra fantasía, nuestros deseos o nuestras ilusiones, son momentos que todos tenemos, son momentos de encuentro, son momentos presentes en los que creo que el ser humano vive también parte de su existencia, de otra forma, de otro modo, pero lo vive en la confianza de expresarse a si mismo, de encontrarse a si mismo y de ayudarse a si mismo. El encuentro con uno mismo nunca traiciona, nunca delata, nunca acusa realmente. No siempre es la mejor solución, pero indiscutiblemente es un recurso siempre disponible.