jueves, 31 de enero de 2008

GOTA DE ROCÍO

.
Las experiencias extremas nos sumergen en un abismo, en un pozo del que creemos que no vamos a salir. La vida nos lleva en ocasiones por caminos tortuosos que nos hunden y nos abocan. Sólo quién ha experimentado la caída, sabe de lo que hablo, que aunque no son todos, sí son muchos los que hemos descendido a la profundidad y negrura de un pozo en la vida.

Cuando uno se cae, lentamente al principio y con un descenso rápido después, sabe que la vida deja de sentirse como tal, conoce el hastío y el dolor de esa sensación de nada y vacío en su vida, parece que pasan los días y da lo mismo lo que suceda, porque nada posee interés ni aliciente.

Sin saber por qué, algo hay en el ser humano, que lucha inconscientemente por salir, por ascender, por emerger de nuevo hacia la luz.

La luz, ese hermoso baño de vida que nos puede transformar en seres de nuevo amantes de la vida y de todo lo bello que esa vida nos puede ofrecer y nos puede dar.

Una ascensión siempre es costosa, podemos dejarnos las uñas en ella, podemos a veces perder el sentido de la propia vida por el trabajo que todo ese esfuerzo nos cuesta, pero hay algo que nos anima y nos impulsa, algo que nos empuja desde dentro del alma en busca de esa luz. Y la luz siempre nos espera, la luz siempre está en la cima de todo esfuerzo, de todo empeño, de todo sacrificio.

Esa claridad, ese resplandor puede rodear de nuevo nuestros días, porque nuestro esfuerzo, nuestra constancia, nuestro ser paciente, nuestra propia admisión nos regalará volver a encontrarnos con las pequeñas cosas de la vida, con los pequeños detalles, volver a vivir las más pequeñas expresiones de la misma vida.

Moratiel decía una frase muy hermosa y también llena de luz: “El sol se refleja en una gota de rocío”. El rocío sólo es posible después del frío de la noche, sepamos ser gotas de rocío después de nuestras frías noches.
.

sábado, 26 de enero de 2008

NADA Y VACÍO

.
NADA es una palabra que usamos en muchas ocasiones cuando nos referimos a una sensación de vacío, de indeferencia en nuestro sentir y en el vivir la propia vida. Decimos con cierta facilidad “no siento nada” “tengo el vacío dentro de mí” “nada me importa” “no soy nada” “todo es vacío”

Perder unos instantes en repensar estas expresiones, estos conceptos, este sentir que nos inunda es en muchas ocasiones resaltar la evidencia de que nuestras afirmaciones son palabras que utilizamos para expresar un sentir, un estado, pero que en ningún modo expresan la realidad que nos asiste en esos momentos de pesimismo, de negatividad, de angustia o de tristeza.

Decir que “no somos nada”, el simple “somos” ya nos indica que hay algo, hay un sentimiento, hay una presencia, hay un ser que siente una soledad, que vive la noche y el invierno, pero es algo que ahí está, es un alguien que vive. Mal, sufriente, como sea, pero ahí está.

Sentir el “vacío”, experimentar la vacuidad de nuestro ser, de nuestro sentir, de nuestra persona es también expresar la inexistencia de un algo que debería ocupar el espacio que somos cada uno de nosotros. Nos sentimos vacíos, pero experimentamos esa vaciedad porque hay un “recipiente” que es nuestro ser.

La NADA y el VACÍO son expresiones que utilizamos como referencia, pero que nunca y en ningún caso definen una realidad, si así fuera, nada, ni nadie podría expresarlo, ni decirlo, porque “nada” habría, y el “vacío” como vacío en sí tampoco podría sentir, ni expresar su vaciedad.

Esa falta de llenura, esa ausencia de contenido es lo único que realmente tiene sentido, porque aquel que nada tiene, aquel que sólo el vacío le asiste, es el único que arriesga, es el único que la más pequeña expresión de vida constituye una fiesta, es quien da más valor a lo insignificante, a lo pequeño, a la más leve brisa de vida, porque nada puede perder, nada tiene que exponer, todo lo que ocurra, lo que pase o suceda es una ganancia.

Creemos que esas etapas son oscuridad en nuestra vida y sin embargo cuando las hemos cubierto nos damos cuenta que fueron espacios de renovación, espacios de descubrimiento y espacios de encuentro con nosotros mismos. Duros, sí. Tristes, también. Pero hay quién de aquel que nunca haya cruzado el invierno, la noche y las tinieblas porque nada en la vida se descubrirá ante sus ojos y ante su sentir.

Sepamos valorar el justo vivir de la NADA y el VACÍO.
.

sábado, 19 de enero de 2008

OTRAS MIRADAS

La personalidad, la rutina de nuestro carácter, el hábito en nuestros días, las costumbres, nuestra propia experiencia adquirida en el tiempo y así toda la retahíla de aspectos que envuelven nuestra vida, imprimen a nuestro mirar el mundo, bajo unas pautas que vamos estableciendo consciente o inconscientemente en este pasar por la vida.

Quizás no sepamos por qué o como explicarlo, pero hay gente que tiene esa predisposición optimista que le hace ver y vivir la vida de una forma posiblemente más ingenua pero feliz, en oposición de los que en todas partes encuentran y ven lo negativo o lo complejo de las cosas.

Todos quisiéramos saber vivir con cierto optimismo, con cierta benevolencia en el entorno, pero no nos damos cuenta y aplicamos nuestra particular manera de ser, nuestra personal forma de ver. Si en un momento dado vemos o nos damos cuenta de lo que acarrea el pesimismo, la desilusión o la tristeza por lo que no conseguimos y deseamos, y somos capaces de ir poco a poco modificando nuestra forma de mirar la vida, de mirar el mundo, de mirar las pequeñas cosas, llegamos a distinguir cuánto cambia la misma vida.

Cambiar la mirada no es un hecho de hoy para mañana, no es como cambiarse de ropa o darse una ducha. Ver las cosas de distinta forma es un proceso interior, es una metamorfosis de lo que nos habita, de lo que manifestamos desde dentro, atañe al pensamiento, a la mente, al sentir, al aprender a valorar unos aspectos más que otros o a cambiarlos, es todo un renovar que proviene siempre del interior, de nuestro mundo íntimo y personal.

La mirada que sale al exterior es un reflejo de nuestro ser, del sentir, del ánimo y de la voluntad que cada uno ponga en esa proyección, en esa expresión de uno mismo hacia los demás y hacia el exterior.

Cambiar la mirada triste o melancólica por un abanico de miradas positivas, armónicas y benevolentes envuelve la vida, nuestra vida de inexplicable vigor, de energía que seduce, de una vivacidad que se expande y de un calor que desconocidamente amplia el horizonte de nuestro existir.

La vida, como todo lo que la forma y la habita, se vuelve distinta, bella y con hermoso color ante la luz de nuestras miradas.

sábado, 12 de enero de 2008

INVIERNO


Cruzamos el invierno.

Es una bella estación el invierno, aunque generalmente solemos distinguirla por los inconvenientes o contrariedades cotidianas que nos ocasiona.

En el invierno transcurren esas lluvias a veces molestas para transitar, esos días en que el frío es realmente intenso, en estos meses somos más propensos a los catarros, a las gripes, nuestro cuerpo está como más desprotegido ante las inclemencias del tiempo, viajar conlleva también la posibilidad de lo intemporal y de la nieve. Hay días en que nos envuelve ese ambiente grisáceo, apagado y parece como que se apaga también nuestro ánimo y así podemos ir resaltando matices y particularidades del tiempo invernal que no nos suelen agradar.

Todo en la vida tienes múltiples miradas, todo lo que nos rodea y nos envuelve puede ser contemplado con distinta actitud, desde diferentes lugares, posiciones y perspectivas.

El mundo no se viste, ni se disfraza de distinta forma para fastidiarnos o para molestarnos, la naturaleza, la vida, el entorno, se nos muestra en su realidad, a su manera, en su forma, tal cual es, somos nosotros que interpretamos de uno u otro modo lo que vemos y lo que vivimos, en función o según el estado en el que nos hallemos, según nuestro ánimo, nuestro sentir o nuestro estar. Pero el invierno tiene también sus encantos, sus bellos momentos, sus especiales matices, a mi modo de ver creo que los tiene como más escondidos. El invierno es como más íntimo, más hondo, más introspectivo, más interior.

Es bueno recordar en esos momentos ¡cuánto se agradece el calor del hogar! ese pequeño espacio que cuando uno se acerca siente como todo en él revive, y pensar que sólo en el invierno gozamos de ese recogimiento, y en algunos lugares gozan de reunirse alrededor del fuego, y escuchar el crujir de la leña quemándose para dar calor. Más tarde quizás, cuando salgamos de nuevo a la calle, nos mojemos porque llueve o tengamos que abrigarnos porque el frío se nos adentra hasta los huesos, pero... ahí está el calor del alma, el rayo de sol que surge tímidamente o el viento que a veces nos acaricia el rostro y en ocasiones lo hace tan fuertemente que parece que nos quiere abrazar.

En el invierno uno se introduce en la cama y es acogido y abrazado más cálidamente y nuestro cuerpo agradece esa sensación y el alma se nos recoge en la oscuridad y en el silencio de la noche. El invierno, nos solía decir Moratiel, es cuando la naturaleza parece muerta en su exterior y sin embargo es cuando crece en el interior, las raíces se adentran en la tierra para crecer, para expansionarse, para hallar la fuerza del crecimiento que nos mostrará en la primavera.

El invierno en nuestras vidas es también el mismo invierno de la naturaleza que nos evoca Moratiel, es el frío, la lluvia, lo grisáceo en el exterior y el crecimiento, la expansión, el hallazgo, el acercamiento al interior. Hay que saber ver la belleza del invierno en esos haces de luz que surgen tímidamente, en ese calor de la lumbre, en ese recogimiento en casa, en esa casa nuestra que somos, en la quietud y el silencio que nos habita.

El invierno tiene también su belleza, su misterio y su encanto, solamente hay que mirarlo, verlo con atención, con mimo y en silencio. En un silencio habitado.

.

sábado, 5 de enero de 2008

EL DESIERTO

Entendemos por desierto ese espacio donde existe poco más que arena y quizás algo de terreno pedregoso, donde la vegetación es casi inexistente por la falta de lluvias y que impide una posible vegetación. Belleza de cambiantes dunas y colores uniformados y con algo de suerte un pequeño oasis. Poco más podemos hallar en el desierto.

Ver la belleza del desierto cuando poseemos el agua, la comida y tiempo determinado de estancia en el lugar, nos parece exótico, nos parece un bello contemplar, pero cuando alguien se pierde en el desierto sin sus mínimos necesarios de supervivencia, puede ser aterrador y mortal.

A veces nuestra vida se asemeja demasiado al paisaje de un desierto. Nos sentimos mover, nos sentimos pensar, nos vemos quizás cambiar el exterior, pero experimentamos la monotonía, la falta de expresión y de vivencia, y sin duda, la falta o la pobreza de color en nuestra vida.

El desierto es inhabitable para la mayoría de los seres humanos, hay que haber nacido y haberse criado en esos entornos para adaptarse a ellos. Cuando de repente nos sentimos inmersos en la arena del desierto, en la arena de nuestra soledad, en la arena de nuestro vacío, se apodera de nosotros la desazón, la inquietud, una triste tristeza. No sabemos como orientarnos, donde dirigirnos, hacia donde encaminarnos y nos quedamos quietos como aguardando, esperando… pero… ¿esperando qué?, ¿esperando que el paisaje cambie?, ¿esperando que nos remolquen?, ¿esperar qué?... una espera inactiva, una espera quieta, un aguardar que las cosas cambien… es una pobre actitud; las cosas no cambian por sí solas, las cosas no se modifican por arte de magia, los espacios hay que caminarlos, andarlos y escalarlos si hace falta. Los eventos, los cambios no suelen aparecer por que los esperemos, hay que ayudar a que se produzcan.

Hay vidas que parecen encaminadas, destinadas a grandes etapas de aridez y de vacío en sus días, y algunas se acomodan, llegan incluso a adaptarse a las circunstancias y ven pasar los días en la monotonía, en la rutina, en la uniformidad. Pero también es cierto que en otros seres, aquellos que han sobrevivido a épocas de estragos, de devastación, hay algo que permanece oculto, algo que les impide admitir la presencia desértica en sus vidas, son personas habitadas por la inquietud, por la actividad, por el deseo del simple vivir. Esa fuerza que empuja y que estimula a hallar una salida, el cómo evadirse de tal situación. Seres que asumen inicialmente la aspereza de la situación, la dureza del momento, pero lentamente, sin límite de tiempo, los ves encaramarse hacia el horizonte, hacia el encuentro de un nuevo espacio, de un nuevo lugar durante el tiempo que sea necesario, a veces parecen desfallecer, pero siguen, siguen con ese ímpetu que ni ellos mismos saben de donde surge.

A veces nos parece que toda nuestra vida es un desierto, que todo es aridez y es porque nos agarramos a los instantes, a los momentos del pasado y eso nos impide seguir nuestra andadura. Quizá por eso el desierto es simplemente la respuesta a nuestras ataduras, a nuestros recuerdos, a nuestro pasado que nos impide avanzar y nos escolla en el vacío de un presente que no vemos, que no sabemos distinguir, pero que está ahí, muy posiblemente delante de nuestras narices, lo que pasa es que quizás no es lo que estamos acostumbrados a ver.

Sepamos cruzar el desierto cuando éste se presente, pero no nos quedemos anclados. El desierto nos permite una especie de alto en el camino, una etapa de sabernos y conocernos, y aunque la travesía sea larga y costosa, no podemos quedarnos anclados en ese lugar, nuestro camino es algo más, nuestros días abarcan otros días, nuestra vida es un abanico de infinitos tonos.